YA AQUÍ NO ME MORÍ.
“La historia de un
hombre correcto, que por honrado vivió una travesía, abandonó su tierra y ahora
toma té y derrite nieve”. Juliana Osorio A.
-Mijo, ponga a
calentar agua en la tetera para echársela al parabrisas. Y por ningún motivo se
vaya a quitar los guantes, porque el frío que está haciendo es espantoso.
-Oiga tío, ¿cuántos
inviernos lleva usted aquí?
-Calcule mijo que
usted tenía como nueve años cuando yo llegué a Londres, allá viví dos años.
Allá los inviernos eran menos duros que aquí, porque Londres no está tan al
norte, luego el gobierno me autorizó trabajar en Grantham, y desde el 2001 me
vine para acá.
Cuidado se cae al
salir, porque hay mucha nieve; y échele con cuidado el agua al parabrisas. No
lo vaya a tocar, solamente échele el agua.
-Tío, ¿usted no
piensa volver nunca al país?
-Yo si he vuelto
por allá. ¿O es que las islas del Caribe ya no son nuestras?
-No, no tío, no se
haga el bobo que yo lo que le estoy preguntando es si usted no piensa volver a
donde vivíamos.
-No mijo por Dios,
usted no se acuerda pero la salida mía fue a la carrera y muy dramática. ¡Su
mamá no le ha contado que eso fue terrible!
-Nada tío. “En casa
de ahorcado no se mienta soga”. El tema suyo, por lo mismo que usted dice no se
volvió a mencionar, y menos ahora que usted desapareció del mapa.
-Si mijo,
imagínese, yo salí del país con lo que tenía puesto, y eso gracias a que en
todas partes el dinero mueve montañas. ¡Eso fue horrible!
Échele el agua al
parabrisas. Acuérdese de no ir a tocarlo, que ese vidrio con seguridad tiene
una capa de hielo, y si usted no tiene cuidado le pasa la mano y se corta.
Mijo, mijo, mijo, espere,
espere un momentico, no vaya abrir la puerta. Oiga las noticias.
-Tío, cuénteme qué
están diciendo, porque yo todavía no comprendo tanto inglés como para entender todo
lo que están diciendo.
-Están informando
que la nevada bloqueó la carretera principal, y hoy no va a haber clases, como
quien dice, nos quedamos aquí. Si quiere vaya y se vuelve a acostar.
-¡No! Yo ya no
tengo sueño. Venga más bien y me cuenta qué fue lo que le pasó a usted en el
país.
-Venga pues mijo y
aprovechamos esa agüita que hay en la tetera, y nos tomamos un tecito.
-Yo más bien me
tomo un cafecito, es que yo no le he podido coger el gustico al té. A mí esa
vaina todavía me sabe muy amarga. Mejor me tomo un café de los que le mandaron,
que aquí sí que sabe rico.
-Vaya pues y se
prepara lo suyo, y a mí me llena la taza de agua que yo me preparo el té a mi
gusto.
****************************
-¡Ay mijo! Que
pereza recordar ese embrollo, pero…,venga pues le cuento como fue el asunto.
Eso pasó por allá
en 1991, eran los tiempos en que en el país el delito de cohecho lo cometía
sólo una de las partes, y la otra por ser del ala gubernamental era ignorada
por la justicia; y los asesinatos se los terminaban cometiendo los asesinados,
porque como los punibles eran familiares de políticos, no había forma de
demostrarles la culpabilidad, aunque fuera evidente.
Por ese entonces a mí
me encargaron el análisis de una liquidación de los contratos que había entre
la empresa y el gobierno.
La idea era hacer
una revisión de rutina, y después firmar los documentos que iban a permitir que
el proyecto, que había costado un dineral, feneciera.
La plantilla para
hacer el informe la habían importado, y había venido a la ciudad un técnico
francés a explicarnos cómo funcionaba. Ese programa no tenía pierde, usted le
metía los datos y él le entregaba el informe, y con los resultados
concordantes, se podía imprimir el formato de fenecimiento.
Al principio todo
parecía indicar que el objetivo era alcanzable, hasta el día en que le hice una
prueba ácida al proceso y la máquina reportó error.
Llamé a mi jefe y
le informé lo que estaba sucediendo. Ella me pidió que le llevara los informes
para revisarlos, y para que habláramos.
Al otro día llegué
a su oficina con los informes que indicaban los errores encontrados. La doctora
estaba muy amable, me invitó a entrar y me ofreció desayuno.
Mientras
desayunábamos me empezó a preguntar cómo estaba, cómo me sentía trabajando en
ese proceso, y de ahí empezamos a hablar de mi familia, de la salud de mi mamá,
de los sobrinos, que eran ustedes. Me preguntó por los planes de matrimonio, y
pregunte, y pregunte cosas que no tenían que ver con el problema encontrado.
Como a la hora de
estar hablando me dijo: -doctor Orlando, ¿usted está seguro de que esos papeles
tienen errores?
Le empecé a mostrar
los hallazgos, y desde que parte los datos empezaban a ser objetados por el
programa.
Cuando iba como en
la mitad me interrumpió y me dijo que me llevara los documentos, que los
volviera a revisar, y que le preparara un informe de las inconsistencias y cómo
se podían solucionar.
Yo salí medio
confundido, repitiendo palabra por palabra la conversación que habíamos tenido.
Rumiando las preguntas. ¿De cuándo acá la jefe andaba tan preocupada por mi
familia? Por lo menos andaba muy bien dateada. Sabía cuántos éramos y qué
hacíamos.
Analicé cada
palabra que le había dicho y no encontré datos inconsistentes; había sido muy
claro en mi discurso. Había errores en los datos, y usando esa plantilla
francesa la máquina no me iba a permitir ingresar al último aplicativo.
Yo bien ingenuo que
era, me dediqué toda la tarde y parte de la noche a describir cada una de las
inconsistencias encontradas, y al otro día llamé a mi jefe. Yo estaba feliz
porque le iba a entregar un informe espectacular.
****************************
No se me olvida que
ese día era jueves 19 de abril. Llegué a las 6.30 a.m. a su oficina, durante la
espera apenas si me tomé un tintico. Mi jefe llegó como a las 8.30 a.m. me
saludó muy afectuosamente, con besito en la mejilla y todo, y me mando entrar.
Antes de cerrar la
puerta fue enfática en decirle a la secretaria que no le pasara ninguna
llamada, y que nadie, pero nadie nos podía interrumpir.
Durante casi una
hora mi jefe me escuchó, escribió algunos datos en su computador, y cuando
terminé me felicitó, me dijo que yo era el hombre, que menos mal ella me había
escogido para hacer ese trabajo.
Antes de terminar
la reunión me preguntó por cada una de las carpetas que le había llevado.
Sutilmente me preguntó cuántas copias tenían las carpetas. Yo sin sospechar
nada le dije que esas carpetas no tenían copias, y le mostré la USB, haciéndole
el ademán de que todo estaba en ella.
Sonriente, y sin
dejar de adularme, me quitó la memoria de la mano, y me dijo que le dejara las
carpetas en la mesa, que las iba a estudiar para poderle brindar un informe al
secretario general.
El lunes cuando
llegué a la oficina, ésta había sido modificada, lo más notable era el cambio
de mi CPU. Yo pregunté qué había pasado, y aterrada mi compañera de oficina me
preguntó si a mí no me habían llamado a contarme acerca del corto circuito en
el regulador donde estaba conectado el computador.
Hubo un
accidente-me contó-.Se había regado café encima de ese regulador. Como que el
aparato chispeó, y terminó quemándose, y dañando mi CPU.
Yo pensé: gracias a Dios todos los datos están
respaldados en mi portátil. Y ante las preocupaciones que traía no me puse
a decir nada. Me senté a trabajar y me olvidé del cuento.
****************************
Como a las cuatro
de la tarde de ese lunes recibí una llamada de mi jefe citándome para el martes
a las siete de la mañana. Cordial como siempre, me contó que quería que
habláramos sobre el programa para el fenecimiento de esas cuentas.
Le contesté que no
había problema, que allá estaría muy puntual, y sin más nos despedimos.
Cuando empezamos la
reunión me empezó a contar que gracias a esos dineros la empresa había logrado
realizar una innovación tecnológica que le permitiría estar a la vanguardia de
los servicios que brindaba.
Me pidió que me
imaginara cuántas personas gozaban de servicios de calidad gracias a los
avances de la empresa. ¡Eso era calidad de vida! Y repetía esa frase cada vez
que alababa la inversión, hasta que le llegó el momento de resumir. Para eso
fue muy generosa, y me elevó a una categoría de gran estimación.
-¡Bueno Orlandito!
-dijo mi jefe- Ha llegado el momento de que le retribuyamos a la empresa su
generosidad. Yo ya leí su informe y vi que las pequeñas diferencias contables
que hay no requieren mayor explicación, así que entre usted y yo vamos a
cuadrar esos egresos para que el flujo de capital quede claro.
Así mi querido
Orlandito que necesito que usted para mañana me traiga los informes con las
pequeñas correcciones que hay que hacer. Usted le pone su visto bueno, y yo
procedo con el resto ante los miembros de la junta directiva y el alcalde.
Vea mijo, a mí en
ese momento se me borraron las figuras, me empecé a marear, el nudo de la
corbata me asfixiaba, la calvicie hormonal de mi jefe tomó visos de deformidad.
Su sonrisa de susto, y el movimiento de su pulgar contra los otros dedos de la
mano se insinuaron como una especie de ritual satánico.
Yo no entendía como
mi jefe, me pedía que cometiera semejante delito. Yo que consideraba a la
doctora Juanita impoluta, de pronto empezaba a darme cuenta de que lo que
decían de ella no eran mentiras.
Yo la miré a los
ojos, y le dije: doctora Juanita, ¿yo escuche mal? ¿O usted me está pidiendo
que modifique las cuentas creando documentos falsos?
-A ver Orlandito,
no se inquiete. Siéntese y le explico algo. –Me decía la doctora-, mientras me
abrazaba y me hacía sentar en una de las sillas que había frente a su
escritorio.
Sentada a mí lado y
con cara adusta, continuó hablándome. En ese momento fue más directa y me
explicó que lo que yo iba a hacer no era nada malo, “era un favor”, que todos
me sabrían agradecer.
Estaba agobiado. Le
dije que me permitiera evaluar los documentos para presentarle una alternativa.
Ahí mismo Juanita volvió a ser mi amiga. De inmediato se levantó, y me hizo
levantar, y sonriente, con un entusiasmo que se le salía de la ropa, me daba
abrazos, señalándome y diciéndome que ella sabía que había escogido bien. ¡Que
yo era el hombre!
Así, entre
adulaciones y abrazos me fue llevando hasta la puerta de la oficina, y cuando
menos pensé, nos estábamos despidiendo de abrazo y beso en la mejilla.
****************************
Volví a la oficina
llorando de rabia. Allá me sentía distraído, contrariado por la solicitud que
me habían hecho. Cómo sería mi incomodidad que Blanca, mi compañera se preocupó
y me preguntó si estaba enfermo.
No sé por qué pero
no le quise hablar de lo que había pasado, sólo le dije que no me sentía bien,
que había tenido una noche terrible, y que la migraña me estaba matando.
Con esta excusa me
fui para mi casa, y en el portátil revisé la información que tenía, hice las
simulaciones necesarias y al ver los resultados me tuve que acostar. Me cogió
un temblor y me tuve que ir al baño a vomitar.
Que pecado con mi
mamá, confundida dejó de tejer y se levantó a ver qué me pasaba, hasta me
preparó una bebida. Me tomé la infusión y me encerré en el cuarto. Después de
meter toda la información en unas USB, salí a pasear a Candy.
Imagínese como
sería yo de pendejo que en la oficina se burlaban diciendo que lo más
arriesgado que hacía era sacar el perro a mear. Y hasta razón tenían, yo era
muy calmado; la vida se me iba en leer, estudiar, pasear el perro, y jugar
futbol.
El cuento se resume
en que mientras paseábamos, me entró una llamada al celular que en la vida yo
hubiera esperado recibir. Era el secretario general, a ese señor lo había visto
en mensajes que nos enviaban por internet, y en la televisión pero en persona
nunca lo había tratado.
Empezó diciendo:
-Doctor González, me comentó su jefe que usted ayudará a la empresa a seguir
recibiendo la colaboración estatal, eso es para el bien de todos en el municipio.
Le agradezco su esfuerzo. Sepa que lo voy a promover a coordinador del área de
interventoría.
Cuento con usted
doctor González y le agradezco que me envíe una copia del documento cuando lo
tenga firmado.
Y colgó. No dejó
que yo me despidiera, simplemente acabó de hablar y finalizó la llamada. ¡Qué
tipo!
Yo recogí los
excrementos de Candy, y sin darme cuenta apreté la bolsa y la rompí. ¡Qué asco!
Pero no tanto de lo de la mano, sino del contenido de la llamada. Estaba muy
ofendido.
Al regresar me
encerré otra vez en la pieza a pensar. Me acorde de Marco, otro de los “súper
amigos”. Así nos llamaban en la universidad a unos que éramos bastante
calmaditos. Nos sentábamos en un rincón de las escaleras de tercer piso, y allá
le huíamos a nuestra timidez.
El hombre empezó
con nosotros pero se pasó para derecho. Sin pensarlo dos veces le marqué y le
pedí que fuera a mí casa.
****************************
-Marco, ¿cuál es tu
opinión de esto?
-Orlando mijo, no
vaya a firmar ese asunto. Le cuento que usted llega a firmar los documentos con
esos cambios, y usted se embala.
-¡Ya estoy
embalado!–Interrumpí yo
-Bueno Orlando, yo
en verdad no sé cómo está la situación suya en la empresa, lo que sí le puedo
decir es que al que le descubran que modificó los documentos, no lo dejan
volver a salir a la calle en los siguientes diez años, y eso dependiendo de la
negociación a la que se llegue con la fiscalía.
-¿Si o qué, que el
embolate de dinero fue inmenso?
-Inmenso Orlando.
El peculado que a usted le están pidiendo que tape es muy grande.
-Nooo, y lo tapará
la abuelita del director. Yo ese torcido no lo hago. Va la madre.
¿Y qué va hacer
Orlando?
-No sé Marco, no
sé. Me estoy enfermando hermano, y no sé qué voy a hacer.
-Le voy a dar un
consejo Orlando mijo. Entréguele un informe radicado a su jefe, y espere a ver
qué pasa.
-Esa vieja se va a
emputar.
-Que se empute,
pero no vaya a modificar esos resultados, y menos vaya a firmar ese documento
que le están pidiendo. Eso lo envaina, y por eso lo encarcelan un tiempo largo.
-Que vaina hermano,
ese enredo lo va a salir haciendo ir del país. –Dijo proféticamente Marco.
Claro que él no
sabía, ni nadie sabía lo que se me venía encima. La reunión terminó con la
preparación de un documento que yo radiqué en la oficina documental de la
empresa al otro día.
****************************
-Hola doctora
Juanita, ¿cuénteme?
-Doctor Pobeda
buenos días, necesito que me reciba lo más pronto posible.
-¿Qué pasó doctora
Juanita? ¿Qué es tan urgente?
-En su oficina le
cuento doctor, pero le agradezco que me atienda lo más pronto posible.
-Venga ya entonces.
Cuando Juanita le
mostró al doctor Pobeda el documento radicado, éste pidió un cigarrillo, y eso
que hacía un año había dejado de fumar.
-Nos jodimos
Juanita, nos jodimos. ¿Cómo nos hizo esto el marica de González? Ahora si
quedamos arreglados. ¿Qué vamos a hacer?
Vea Juanita,
averígüese cómo podemos hacer para que estos papeles no aparezcan como un
documento ingresado por la oficina de radicación.
-Eso tiene arreglo
doctor Pobeda, yo le pido a un amigo de mantenimiento que me tramite una
solicitud de reparación del reloj de radicación de hoy a las 6 a.m. y pongo a
mi secretaria a que llene la planilla a mano; al fin y al cabo, eso ya nos ha
pasado otras veces, y nunca ha habido problemas. Obviamente en la nueva lista
nunca se radicará el informe de González.
-Pero muévase
Juanita, que mientras más tiempo pase más se nos enreda este asunto.
-Oiga Juanita,
¿Quién quedó con los documentos que usted me mostró? Esos que le entregó
Orlando González.
-Quedé yo con ellos
doctor Pobeda. ¿Por qué?
-Porque le vamos a
tener que ir a contar al secretario de gobierno lo que está pasando. El alcalde
se va a poner furioso.
-Juanita, ¿cuántas
copias de ese documento existen?
-Sólo ésta doctor
Pobeda, solo ésta. Y la memoria. Y yo me quedé con todo.
-Bueno Juanita,
organice los papeles que nos vamos para la alcaldía. Y por favor, saque a
Orlando González de ese proceso. Ya bastantes problemas tenemos, para dejarlo
revisar más.
****************************
El caso mijo fue
que a mí me trasladaron, y me pusieron en un puesto cuyas funciones eran ir a
la oficina, y cobrar el salario. Me metieron en un área donde yo no tenía
actividades específicas. Sólo iba a la empresa y llenaba datos sin interés en
unas planillas que le reportaba a mi jefe.
Después supe que
ese trabajo ya lo habían hecho, y que lo único que estaban haciendo era ganando
tiempo mientras los del gobierno tomaban una decisión sobre mí. Todo lo que yo
enviaba, era borrado de forma inmediata.
De un día para
otro, yo empecé a ver gente nueva donde trabajaba. Lo que más me llamó la
atención fue que como a los ocho días de estar reubicado, me tuve que devolver
porque había dejado el cargador del celular, y vi que el señor del aseo estaba
vaciando mi papelera y organizando todo lo que yo había votado. Cuando me vio
se asustó, y tiró toda la basura a la bolsa que llevaba. ¿Cuánto tiempo
llevaría haciendo ese seguimiento?
La cosa se empezó a
poner más incómoda cuando mi mamá me contó que en el mercado se había
encontrado una compañera mía, quien le había ayudado a cargar las bolsas hasta
la casa, y le había pedido que le dejara buscar un libro que yo le tenía.
Mi mamá cándida
como era, la dejó entrar a la pieza, y ella encontró el libro, se lo mostró, y
se lo llevó.
¿Adivine quién era
mi compañera, y quién la estaba esperando en el carro cuando salió?
-¿Quién tío? ¡No
sé! Cómo voy a saber, si yo apenas me estoy enterando de lo que pasó.
-¡Blanca mijo,
Blanca mi compañera de oficina! La bandida esta era parte de la banda. De ella
yo sólo sabía que había hecho campaña con el alcalde, y que ella y mi jefe no
fallaban en ninguna de las fiestas que celebraba el directorio.
Blanca me robó el
portátil y se lo dio a la doctora Juanita. Cuando yo me di cuenta ya era muy
tarde. Intenté hablar con mi jefe, pero no me contestó el celular.
Cuando llegué a la
oficina al otro día me enteré de que Blanca había salido de licencia por unos
días. Yo pensé: cuando llegue la encaro y
le reclamo el portátil. Ese era
el plan, hasta cuando nos informaron que a Blanca la habían matado cuando salía
de una discoteca. Al parecer estaba muy borracha y no quiso entregar el
celular, y por eso la mataron. O por lo menos eso fue lo que dijeron.
Yo en medio del
miedo que tenía llamé a Marco y le conté todo. Marco me aconsejó que mandara
una copia de los documentos a la contraloría. Yo todavía no sé si haber hecho
eso fue bueno o no, porque a los poquitos días el doctor Pobeda me mandó llamar
y me entregó la carta en la que daban por terminado mi contrato.
Yo para que
preguntaba por qué me habían echado, yo ya sabía cuál era la causa. Así que
recibí la carta y me fui a sacar unas cositas que tenía en la oficina. Cuál
sería mi sorpresa cuando me entregaron una caja cerrada, y escoltado por un
vigilante me acompañaron hasta la salida.
Cuando llegué a la
casa encontré a mi mamá llorando desconsolada. Me entró a la carrera y me
mostró lo que había en el patio. Encima de una bolsa plástica estaba el cuerpo
de Candy, y amarradas al collar del perro las ancas de una rana.
Yo me puse a
llorar, abracé a mi mamá y empecé a temblar. Ángela, su mamá hacía rato vivía
en la capital, por eso yo creía que ella no estaba al tanto de lo que nos
estaba pasando.
****************************
A la par con lo que
nos venía sucediendo, empezaron a aparecer en los periódicos noticias que
implicaban algunos directivos de una empresa con la desviación de dineros
públicos para comprar votos electorales en la ciudad.
Un político de la
oposición salía en la televisión pidiéndole al alcalde que explicara de dónde
había sacado los dineros para costear su candidatura.
La contraloría
encontró datos tan delicados que trasladó el caso a la fiscalía, y ahí si se
nos puso a nosotros el postre a mordiscos.
A su hermano, un
día a la salida de las clases de inglés lo montaron en un carro y se lo
llevaron para una finca en las afueras de la ciudad. Allá lo tuvieron durante
dos días, hasta que se les escapó.
-¡Ahhh, tío¡ Con
razón el pobre cabezón cojea. Yo si sabía que él se había tirado de un carro,
pero no sabía que se les había escapado a unos secuestradores. ¿Cómo fue eso?
-Lo que yo supe fue
que a su hermano lo tenían en una finca, y como es asmático se les asfixió, y
se les puso tan mal que estaba morado en los labios.
Los secuestradores
al verlo así llamaron a alguien y esa persona les ordenó que lo dejaran tirado
junto al hospital, pero como su hermano no sabía que iba a suceder, cuando iban
en camino, como estaba tan mal no le amarraron las manos, y este loco en un
descuido de la mujer que iba atrás con él, abrió la puerta y se les tiró.
Al caer a la
carretera un carro que venía detrás de ellos no alcanzó a frenar del todo y una
de las llantas le pasó por encima del tobillo. Así bien asfixiado, y para
acabar de ajustar fracturado, lo montaron en el carro que lo atropelló, y se lo
llevaron para el hospital.
De allá llamaron a
su mamá. Ya su papá había llegado de Italia donde andaba estudiando un
doctorado. Su mamá se comunicó con nosotros, y a mí me pegó una vaciada
terrible y me echó la culpa de todos los males. Cuando a su hermano lo dejaron
salir del hospital, inmediatamente su papá vendió lo que tenía y se los llevó
del país un buen tiempo.
-Siete años tío.
Siete años vivimos en Italia. Nos vinimos porque el frío le empeoraba la
artritis a mi mamá, y los médicos les recomendaron buscar un clima más benigno,
entonces mi papá dijo que él más bien se devolvía.
Al fin y al cabo lo
suyo ya había pasado, y cuando nos devolvimos, el escándalo de los negocios de
los hijos de un político con unos lugareños muy tumbadores acaparaba la
atención, y lo suyo como que ya estaba enterrado.
En todo caso
nosotros llegamos a otro barrio y a otros colegios, no nos fue difícil pasar
desapercibidos, y hasta ahora hemos vivido sin ningún problema.
****************************
-Bueno, le cuento
que la situación se me puso muy incómoda. El gobierno me brindó escoltas, y eso
era horrible. Ellos se metían con uno a todas partes. La novia no aguantó y me
mandó a comer alpiste. Mi mamá pobrecita no soportó el estrés. La noticia de su
hermano la dejó muy alicaída, y se fue deprimiendo hasta que se postró y no
quiso volver a salir a nada.
Pero lo peor fue
cuando empezó a olvidar las cosas, y el psiquiatra me informó que además de la
depresión tenía Alzheimer. Eso de cuidarse uno mismo y cuidar una anciana con discapacidad
mental es dramático.
Un día mientras
regresaba a la casa de una declaración en un juzgado contra el exalcalde que
habían destituido por haber desviado fondos públicos para su campaña, me llamó
la enfermera y me dijo que mi mamá se había caído, que se quejaba mucho de
dolor en una pierna. Mi mamá se había fracturado la cadera. Esos días fueron
terribles.
Los escoltas, mi
mamá y yo viviendo en un hospital. Mi mamá se infectó, y hubo que quitarle la
prótesis que le habían puesto. Y yo mientras tanto perdiendo peso, y acabando
con los dientes. Tanto así que el odontólogo me dijo que no me quitara la placa
para el bruxismo sino para comer, porque iba para mueco si seguía así.
En esas estaba
cuando recibí una llamada al celular personal. Ese teléfono no lo conocía casi
nadie. De hecho yo todavía lo tenía por descuidado, ya que en medio del estrés
que estaba viviendo se me había olvidado ir a cancelarlo.
-Oiga Patricio,
abrácele a los escoltas, que ya recibieron la orden, y hoy hay que cerrarle la
boca.
Coma callado y
piérdase que él de la vuelta soy yo. No me de papaya que lo suyo tiene que
quedar listo como sea.
Quedamos a mano. Yo
ya no le debo nada. Así que suerte.
Como yo ya vivía
pálido, nadie sospecho nada. El ortopedista me dijo que a mi mamá se la iban a
llevar para cirugía, y yo le pedí que me dejara acompañarla hasta que la
entraran al quirófano.
Como sabía que a
los escoltas no los dejaban entrar armados a los quirófanos, y ellos no podían
dejar las armas, me dejaron poner una de esas piyamas médicas y estar con mi
mamá.
Mientras le sobaba
la cabeza y me despedía de ella, me acordaba de Jeisson, el primer escolta que
me asignaron. A ese hombre yo le había ayudado con Yeyo, un rezandero que me
llevó Marco para que me rezara y me quitara la sal.
Cuando Yeyo me vio
me dijo, usted está limpio pero yo siento que con usted vive una fuerza
maligna. Yo lo miré incrédulo y le dije, yo no creo que mi mamá tenga más
enredos que yo, y conmigo no vive nadie más porque mi novia me dejó, y el
perrito nos lo envenenaron.
Ya íbamos saliendo
del apartamento de Marco cuándo apareció Jeisson, y lo alcanza a ver Yeyo. Lo
cogió por el cuello y empezó a rezarle.
Ese Yeyo hizo una
cosa que yo nunca había visto antes. Con una mano cogió a Jeisson y le apretó
la garganta, y con la otra le sacó la pistola, y me la entregó. Después
mientras rezaba le requisó los tobillos y le sacó un cuchillo que tenía.
Lo sentó y siguió
rezándole, además empezó a darle un poco de órdenes, y de pronto la voz de
Jeisson cambió, y una voz ronca decía:”NO ME QUIERO IR, NO ME QUIERO IR”. Y
después empezó a dar alaridos hasta que se desmayó.
Jeisson quedó muy
mal y a mí me tocó inventarme un viaje urgente y empezar a cuidar a mi escolta
en la casa, y a cumplir sus llamadas de reporte.
La cosa es que sólo
a la tercera visita de Yeyo salió para siempre el espíritu, porque como que
cuando Yeyo volvía en sí, el espíritu se le volvía a entrar. Eso fue espantoso.
Jeisson tiritaba en esa cama, sudaba frío. De un momento a otro gritó, se
arqueó en la cama, y vomitó una cosa entre verde y negra que olía asqueroso.
Después de eso Yeyo
nos bañó a todos con un baño especial y hubo que mantener un crucifijo
iluminado con velas durante una semana, además quemar un sahumerio de incienso
que mareaba, y ayudarle a Jeisson a ponerse en pie.
Lo cierto es que
cuando el hombre se recuperó era otro, y me dijo que me debía una. Yo ya no me
acordaba de eso, porque a él lo habían mandado a un curso de comando, y no
volví a saber nada de él.
Ese día habíamos
quedado a mano. Tenía que ser Jeisson, porque él era de los poquitos que sabía
que a mí de niño me decían Patricio como al amigo de Bob Esponja.
Después de darle un
beso en la frente a mi mamá, cogí una bata blanca de un médico y salí con la
mascarilla puesta, por la puerta que comunicaba los quirófanos con la UCI. De
la UCI salí con la ropa de alguien, a lo mejor de un estudiante que no había
tenido armario donde guardarla. De malas.
De la Clínica salí
para la terminal de transporte, y allá me compré una ropa y un pasaje para la
costa; tenía que transportarme sin que me fueran a pedir la cédula. Al llegar a
la costa me monté en una chiva hasta donde los indios. Allá le conté una historia
a uno de los duros y le pedí que me ayudara a pasar la frontera. El hombre me
dijo que el favor me iba a costar un billete.
Tuvimos que ir
hasta la escuela de la vereda. Allá la maestra nos prestó el computador y yo
les hice la trasferencia.
Apenas tuvieron el
dinero en la mano, me alistaron. Me despertaron una madrugada y me pusieron una
cachucha roja que decía Chávez. Cuando pasamos por la frontera, un indígena les
prendió cigarrillos a los oficiales de aduanas y habló unas palabras con ellos,
los otros dos indígenas y yo seguimos bebiendo, así llegamos al otro lado.
Allá me nacionalicé
y saqué cédula y pasaporte de ese país. Con esos documentos que me costaron un
platal porque hubo que darle dinero a mucha gente, me fui a una isla turística.
De la isla pasé a
Jamaica, y allá me presenté ante la embajada británica y pedí asilo político.
Me dieron el asilo.
Yo no lo podía creer, yo ya me sentía en Londres, pero la vida es como es y no
como debe ser. Un día antes de viajar a Inglaterra me dieron burundanga y me
robaron todo.
****************************
Cuando salí de la
intoxicación sólo recordaba mi antigua nacionalidad, entonces las autoridades
jamaiquinas me entregaron al representante del gobierno, éste me montó en un
avión y llegué otra vez a la costa.
Del aeropuerto me
llevaron a un hospital psiquiátrico, allá empecé a recordar quién era. Un día
vi un computador y no sé cómo empecé a repetir una dirección electrónica. Con
ayuda de un enfermero entré al blog que tenía y empecé a leer mi diario.
Cuando estuve
plenamente recuperado viajé a la capital y allí pedí una entrevista con la
gente de la embajada británica.
Luego de la
entrevista, me volvieron a dar el asilo. Mientras cuadraba todo lo del viaje
supe que el doctor Pobeda, y el exalcalde estaban en la cárcel, a Juanita la
habían matado a la salida de un banco, dijeron que había sido en un fleteo,
pero la verdad es que cuando le dispararon sólo llevaba medio millón de pesos
en la cartera. Otros dijeron que la mafia política no perdona.
Lo que siguió si
fue como para hacer una película. Estaba en el restaurante del hotel cuando vi
entrar a una persona muy parecida a Jeisson. De inmediato me paralicé. Lo seguí
con la mirada mientras pude. Cuando se me perdió me arrimé a la puerta y al ver
que todo estaba bien subí a la habitación.
Ya estaba saliendo
del ascensor cuando vi al hombre intentando abrir la puerta del cuarto. Como
pude retrocedí y me volví a montar en el ascensor.
Al salir del hotel
tomé un taxi para el aeropuerto. Ya estaba llegando cuando me acordé del
pasaporte. ¡Virgen santísima! Cómo me devolvía por él. Yo me la jugué, le pedí
al taxista que se regresara.
Desde el carro pude
ver a Jeisson. Yo le dije al taxista que siguiera derecho y dos cuadras después
me bajé. De un teléfono público llamé al teléfono que me había dado el portero
y pedí un servicio prepago.
Cuando la señorita
llegó, yo la estaba esperando en un bar cerca del hotel. Nos saludamos y
empezamos a conversar. Media hora después la dama sabía que Jeisson estaba en
el hotel, y que yo necesitaba mi pasaporte.
La joven entró al
hotel, al pasar por la portería saludó al portero y le dijo que iba a atender
un servicio. Jeisson ni se mosqueó. Mientras tanto a mí el tiempo se me hacía
eterno. Por fin regresó ella con mi pasaporte. Le pagué y me fui.
Montándome al taxi
sentí un tiro, otro tiro, y después una balacera. Como pude me metí al taxi y
miré para atrás. Jeisson estaba tirado en la calle, y unos policías se le
estaban arrimando.
Cuando me fui a
mover sentí un dolor en el glúteo izquierdo y un calorcito. Me toqué y me sentí
mojado. ¡Estaba sangrando! ¿Para dónde me iba: para aeropuerto o para un
hospital?
Le pedí al taxista
que me llevara a una farmacia. Allá compré gasas y alcohol, y un frasco de
gotas para el dolor, y le pedí al farmaceuta que me pusiera un antibiótico.
Eso sí lo extraño
mucho. Aquí no le venden a uno un antibiótico sin fórmula médica. Allá el
farmaceuta me ayudó a lavar la herida, me puso los vendajes, y me puso una
inyección.
Mientras tanto el
taxista fue y me compró una camisa, un jean negro, y una chaqueta grande que
aquí fue fundamental.
En todo el mundo
con plata la gente funciona como un relojito. En el aeropuerto tuve que
cambiarme una vez las gasas.
Yo cojeaba, pero
esas gotas me mantenían tranquilo. Cuando me monté en el avión pensé: Ya aquí no me morí.
Recuerdo hasta el
momento en que sirvieron la comida, yo medio la probé y no sé si me dormí, o me
desmayé.
Cuando desperté ya
todos me hablaban en inglés.