jueves, 10 de mayo de 2012

Los Fundadores
del Colegio Canadiense
Señores estudiantes de once del Colegio Canadiense, les escribo, tomándome la vocería de los padres de familia para
felicitarlos. ¿Cómo no hacerlo?, si ustedes están a punto de escribir otra gloriosa página en la historia de nuestro colegio.
La palabra “pioneros” tan utilizada en los primeros años, y que después fue perdiendo su lustre, ahora tiene que ser rescatada
del adormecimiento en el que estaba para recordarla y, a través de ella, destacar su paso por las aulas como lo que son: ¡Los
fundadores del Colegio Canadiense! Los primeros egresados que entrarán a las universidades diciendo de dónde salieron,
mostrando cómo fueron educados, respondiendo las preguntas acerca de una institución nueva en el ámbito universitario.
Son ustedes ilustres estudiantes, egresados, los protagonistas de la historia que empezó a escribirse el día en que recibieron
el diploma que los acreditó como fundadores, como los primeros seres de fe, porque cuando ustedes llegaron al colegio, no
había sino eso: fe en un futuro, y ánimo para sacarlo adelante.
El día de la graduación, el colegio cosechó sus primeros frutos, los cuales bajo los valores institucionales, estamos convencidos
–los que nos quedamos- que serán excelentes.
Nuestros hijos se quedan en el colegio, seguirán formándose, ustedes salen. A ustedes muchachos les llegó el momento
de mostrar de que están hechos académicamente, y eso es bueno, porque nosotros los que nos quedamos, seguiremos
gozando como propios los triunfos que alcancen, seguiremos alegrándonos cada vez que nos digan que un egresado del
Colegio Canadiense se está destacando en algún campo del aprendizaje, de los negocios, de la cultura, de los deportes, de
la vida pública.
Ustedes apreciados jóvenes serán mirados con los ojos de la esperanza, con los ojos de la fe en un concepto educativo
nuevo. No se preocupen por eso, porque así es como cada colegio mira sus egresados, es como cada colegio los recibe cada
vez que vuelven, es como cada colegio disfruta las noticias sobre sus éxitos, y es como cada colegio los recuerda, como lo
que son: ¡los mejores frutos del esfuerzo mancomunado!
Detrás de cada uno de ustedes estamos los papás, los docentes, los directivos, todo un engranaje que no espera nada, no
les pide nada, pero goza con esos detalles que los hacen merecedores de aplausos.
Muchachos, ya que se van, recuerden que son el ejemplo de los hijos de nosotros, los que nos quedamos creciendo con el
colegio de nuestros amores, -porque donde están nuestros hijos está nuestro corazón- Y recuerden que para bien de todos,
ustedes son los primeros egresados.
Ánimo. Ya ustedes están en puerto y nosotros les deseamos: “buen viento y buena mar”.
G. Alejandro Bernal R
Padre de familia
Publicado en el anuario 2011 - 2012 del Colegio Canadiense

martes, 8 de mayo de 2012


COMO LOS DOS LADOS DE LAS MONEDAS



Las filas en los bancos los días posteriores al pago de la quincena son insoportables. Uno no debería  estar sometido a este tipo de vejámenes.

  

De pronto caigo en la cuenta del lugar donde estoy: un banco. Y comprendo que voy como un desalmado, avanzando paso a paso en una fila que parece interminable. Miro para los lados y veo que todos tenemos la misma cara de terneros huérfanos. Los más precavidos ingresaron con un periódico que, por más extenso que sea, sucumbe ante esta tortura.



-¿Y cómo le habrá ido a mí niña en su recorrido hasta la universidad? –Me pregunto con mucho susto-. Hoy fue la primera vez que condujo sola hasta allá, se fue en el carrito que comparte con su hermano,  no pude convencerla de que no lo hiciera, ¡qué cosa tan horrible! Me derrotaron en gavilla.



Yo no quería que ella se fuera conduciendo por entre esos buses manejados por atorrantes sin juicio que creen, o mejor dicho, ¡no creen en nada! Están seguros de que alguien los espera en el infierno, y por eso corren como almas que le huyen al diablo.      



En verdad no deseaba prestarle el carro pero, ¿quién se la aguantaba? -¡Papi, déjame ir en el carro para la universidad! –Me decía la niña-, mientras me miraba con esos ojitos llenos de ternura.

-Mija venga yo la llevo en la camioneta –le decía-. Pero la mamá la secundaba en la súplica.

–Mijo deje que la niña vaya en el carrito a la universidad, vea que las compañeritas ya están yendo a estudiar en los carros de la casa.

El único que comprendía mi angustia era Andrés. Él sí me apoyaba, diciéndole a la niña que no se fuera manejando por entre esa cantidad de buses. Que si quería él la llevaba.

-¡Ese muchacho si me entiende! –pensaba yo.

Pero no. ¿Quién se aguanta a dos viejas jodiendo? –Papi ¿sí? –Decía la una.

 –Mijo, déjele llevar el carrito -decía la otra.

Y yo no pude controlar tanta súplica. Terminé diciéndole que sí a la niña, y vea, ahora estoy en este banco, en esta fila que no avanza, pensando en ella. ¡Qué angustia!

Justo cuando salía de ese tormento, después de casi dos interminables horas de fila, me llama el conductor de la tractomula número cuatro y me informa que está varado.

¡Precisamente se vara la única mula a la que no le debía pasar nada! –pensé.

Ese flete tiene clausula de entrega. ¿Entonces? Menos mal la mula número uno ya estaba descargada.

-Hombre, ¡definitivamente estos celulares lo sacan a uno de unos problemas! –me decía y mismo.

Logré coordinar por teléfono que el conductor de la mula número uno se fuera a encontrar al de la mula número cuatro, y que la grúa saliera a ayudarlos. Necesitábamos mover esa carga antes de que se nos hiciera tarde y nos activaran la multa por la demora.



Gracias a Dios la mula quedo en una bahía que hay a la entrada de un motel, sin hacer obstrucciones en la vía.



-¿Y para dónde voy yo un lunes a las 10 de la mañana? Para la puerta de un motel pero, no a fisgonear quién entra y quién sale, sino a desvarar una mula.



No todo en la vida de uno es felicidad. Ya el problema de la carga que teníamos que entregar me había hecho olvidar el susto por el viaje de la niña hasta la universidad, cuando; mientras parqueaba el carro, ahí junto a la mula varada, me da por mirar para la puerta del motel, ¿y qué alcanzo a ver? La parte de atrás del carrito de los muchachos.



Cómo sería la cara con la que me bajé, que el conductor de la mula me dijo: -jefe no se estrese que no son ni siquiera las once de la mañana y el contenedor tiene que estar en esa empresa hoy antes de las cuatro de la tarde. Así que no es sino que la grúa venga, cambiamos los cabezotes, y ella se lleva la cuatro. En menos de dos horas solucionamos el problema. Según mis cálculos no nos quedan pendientes más de 30 kilómetros de recorrido.            

¿Y cómo le decía yo al conductor de la cuatro que el problema de la carga acababa de pasar a segundo plano?  Ahí, en mis narices, ese noviecito del carajo, con risita de yo no fui, tan bien puestecito el vergajo éste, se me estaba comiendo la niña.



¡La niña! Si ella apenas acababa de cumplir los 18. Yo sé que en esta época no se cuidan virginidades ni nada de esas cosas pero, la niña está muy chiquita para estar yendo a moteles, y menos a las once de la mañana, cuando se supone que debería estar estudiando.



Hombre ¿Y sí se estarán cuidando? ¿Con qué estará planificando la niña? ¿Si sabrán que el condón se pone desde el principio?

¡Esta situación si es muy estresante! Me provoca entrarme a ese motel. ¿Pero a qué? ¿A sacarlos del pelo o a darles consejos?



-Ve mijo, parquéate bien esa mula, de manera que cuando llegue la grúa no sea sino cambiar lo necesario, alzar la varada y, seguir el camino, para que entreguemos la mercancía a tiempo. –Decía yo ahí afuera, mientras mi mente estaba allá adentro.  



¿Y yo con qué cara voy a mirar a la niña esta noche durante la comida? ¿Y qué hago con el noviecito? Yo llego a la casa y hablo con la Mona ¿Y qué le digo? Mona ve, vos que decías que ese noviecito de la niña era encantador. ¡Encantador! Pero de serpientes. Esta mañana se estaba comiendo a la niña y nosotros pensando que los dos no se cogían una mano porque no tenían tiempo sino para estar estudiando. Estudiando si pero, pura anatomía comparada.



-¡Patrón! -Me dice el de la grúa con ese acento bien chambón que se manda- deje que yo engancho ese cabezote en un ratico y nos vamos, para que tengamos tiempo de jartarnos el almuercito y ver las noticias. No ve que hoy muestran los goles.



Yo con esta angustia que me carcome el alma y este otro atorrante pensando en “jartar” y en ver goles. -Haga las cosas con juicio y bien concentrado a ver si nos vamos todos a seguir las tareas del día. –Le respondí-, de manera que no sonara descortés el comentario, y no me siguiera la charla.

Hoy no estaba para aguantar “chanchonadas”. –Pensé, y seguí el trabajo en silencio.



Gracias a Dios la desvarada fue fácil y antes de la una, como había dicho el Chancho, la mula número uno seguía su curso con el contenedor, y la grúa se llevaba la cuatro para el taller. Y yo volvía a la angustia de mi niña.



Era mejor que Andrés la hubiera llevado a la universidad –me repetía mientras manejaba-. Por lo menos si ese carita de santo quiere estar con la niña que le pida el carro al papá pero, que no ponga en evidencia el carrito de los muchachos. Que haga como hacía yo, cuando le decía a mi papá que me prestara el carro para irme a jugar billar con los amigos. Y el juego aunque si era de taco y bolas, no era en un billar, terminaba siendo en un motel con la Mona.



¡Ja! Me acuerdo y me da risa, ahorrar todo un mes, no sólo dinero, sino también ganas, para poder irme con la Mona para un motel. ¿Y quién estará pagando la cuenta? Ahora no faltaba más que yo sea él que además de estar poniendo el carro y a la niña este pagando el programita.                       



¿Y qué le digo yo a la Mona? Pues le digo lo que le tengo que decir pero, ¿Cómo le cuento a la Mona, ¡a la Mona mamá! que, su niña esta de rumba en un motel?



No oí ni las noticias, no supe en qué momento recorrí la distancia entre ese motel y la casa. Yo no tenía cabeza para pensar en lo que estaba haciendo, me daban vuelta imágenes impensables. Es que uno como papá no se imagina a los hijos en ninguna actividad sexual pero, yo camino a la casa me estaba imaginando a la niña y a Tito en las escenas más estrambóticas. ¡Qué horror! Que vergüenza.



Pero… ¿Y cuál es el derecho que me asiste a mí para reclamarle a una mayor de edad, actuaciones que no están afectando a nadie? ¡Ay, mi niña! ¿Cuándo creciste tanto? Cuídate, ¿sí? Dios te salve María, llena eres de gracia… 

Ahí estaba yo, manejando. Imaginándome escenas impúdicas y rezando. ¿Rezando para qué? Para que le fuera bien a mi niña. Pero ¿bien en qué? ¡Virgen santísima! Yo tengo que sentarme a hablar largo y tendido con ese desgraciado del noviecito de la niña. ¿Y qué le voy a decir? ¿Qué por qué se está comiendo la hija mía? Hombre, uno si es que es muy huevón. ¿No?



Seguro que donde el del cuento fuera Andrés, yo estaría feliz, hasta me quedaría en la puerta del motel para tirarle voladores cuando saliera. Y a la noviecita, a ésa, bueno, a ella si le diría que se cuidara y, por supuesto, que me siguiera cuidando así de bien al muchacho.



Vea que paradoja, al uno estoy que lo mato y a la otra la querría más. Definitivamente este mundo si está lleno de tránsfugas, machistas, solapados. Entre ellos ¡yo!



Bueno. Ya llegué a mi casa. Ahora a ver cómo le cuento a la Mona algo que no le va a gustar.



-¡Mija por Dios! ¿Usted no estaba en la universidad?



-Si papi, pero el profesor no pudo ir porque se le complicó un paciente y nos pasaron la clase para el sábado.

-Papi. Pero si no es por Tito, me toca quedarme en la universidad. No ve que Andrés llegó como a las 10 a la universidad y todo apurado me pidió las llaves del carro. Tenía tanto afán que casi no me deja sacar las llaves del bolso. Me dijo que le prestara el carro que antes del almuerzo volvía por mí. Y si no es por Tito allá estaría.



-Ay mija por Dios, ese Andrés sí es mucho bandido, deje que cuando llegue a la casa yo hablo con él. Mija pero verla a usted aquí hoy a la hora del almuerzo me quitó el dolor de cabeza que traía, y hasta me devolvió el apetito que se me había embolatado.



Almorzamos lo más de bueno. La Mona, la niña, Tito, -tan buena gente ese muchacho-. Como dice la Mona: “se le ve la clase por encima”, Y yo, que hacía mucho tiempo no disfrutaba tanto un almuerzo en familia. Lastima Andrés. Yo sabía que él estaba ocupado. De no estarlo hubiera almorzado con nosotros.-Dije en voz alta.



Me fui feliz para la empresa. Hasta me agradó ver al Chancho y le pregunté por los goles del equipo.



Como los dos lados de las monedas, la vida tiene unos momentos de tristeza y desasosiego y unos momentos de alegría infinita. Y hoy yo estaba contento. Tanto que por la noche cuando me encontré con Andrés le pregunté: -Oiga mijo, ¿usted por qué le quitó el carro a la niña?

-Papi es que lo necesitaba –me respondió el zumbambico este.

-¿Y para qué lo necesitaba? –le pregunté yo-. Y el muy bandido me fue respondiendo:

-Papi, para irme con unos amigos a jugar billar.



Galdjú Belrod.14/01/10

viernes, 4 de mayo de 2012


CUATRO ESQUINAS







-¿Usted me pregunta por esta cicatriz?



Ésta me la causó una astilla de madera. Claro que algunos, incluida mi mamá, dicen que fue una bala perdida pero, la verdad es que esa bala que partió el pedazo de madera de la ventana no andaba perdida: tenía dirección, motivación y propósito.



Yo tenía 18 años cuando sucedió ese incidente. Imagínese que esa noche llegué de sorpresa como a las 21 horas, a la casita en la que vivíamos arriba en La Loma. Mi teniente me había dado licencia por haberle hecho un favor personal con una amiguita. ¡Usted me entiende! ¿Si o qué? 



Sabiendo como estaban las cosas por allá arriba, fui y me cambié. Llegué de civil al barrio. Inmediatamente me bajé del bus, empecé a caminar a la lata, procurando no encontrarme con los de la “Cooperativa”.



De una me entré a la casita que era de dos piezas, y me senté en el quicio de la cocina a conversar con los abuelitos y a comer. Mis papitos comieron, se despidieron y se fueron a acostar. Como a las 23 nos acostamos mi mamá, mi hermana y yo.



Eran como las dos de la mañana cuando oímos el ruido de unas llantas de carros rastrilladas contra la carretera, y la voz de muchos hombres que se bajaban de los vehículos.



Me desperté y empecé a mirar por un agujero de la ventana. Vi como le tumbaban la reja a la carnicería de Don Rogelio, y se metían a desocuparla, tirando la carne a la calle.



En medio de la algarabía salió uno de los encapuchados blandiendo una hachuela y  otros dos sacaron un mesón de madera.  



En la agitación de todos ellos, uno se subió al volco de una camioneta y jaló un bulto que cayó quejándose; con un cuchillo le cortó los nudos a los lazos que lo cerraban. Los costales fueron cayendo y un cuerpo quedó tirado en la calle mirando lo que sucedía.



-¡Tráiganlo!  -gritó uno-. En menos de un minuto el hombre que estaba entre los costales fue acostado encima de la mesa, intentó hacer repulsa pero, de varios cachazos en la cabeza lo calmaron.



Ese mismo que había gritado empezó a propinarle puntapiés a los que agredieron al acostado y a decirles en forma grosera: -¡Si mataron a esa gonorrea, se van ustedes con él!



-¿Ustedes es qué son brutos?, ¿O qué? Este mal nacido no se puede morir sin decirnos los nombres de los demás facinerosos.



Uno de ellos entró a la carrera a la carnicería, y en uno de los baldes donde metían las vísceras sacó agua y se la echó en la cabeza al acostado. Éste se movió y el gritón dijo: -¡se salvaron!, ¡perros!



Un instante después sentaron al hombre y le mostraron la carnicería, los destrozos, y la hachuela.



Mientras tanto yo miraba por el huequito que había entre la pared y el marco de la ventana. Mi mamá me jalaba de la camiseta y de la pantaloneta. Yo le hacía repulsa con la mano, y no dejaba de ver lo que sucedía.



Fue entonces cuando empezaron a decirle al que estaba en la mesa: -cantá y te matamos de una.  ¡Sin sufrimiento!



El hombre les dijo llorando que no tenía nada que contar y antes de que terminara de hablarles, el de la hachuela le cortó un pie.



Ya para ese momento los perros del barrio habían llegado y cada uno se estaba llevando un pedazo de carne. Incluso se formó una pelea entre dos por una pata de cerdo y el gritón ofuscado dijo: -¡callen esos perros!



Inmediatamente un encapuchado sacó un revolver y le disparó a cada perro dos veces. Con los aullidos por el dolor del primer balazo, y el silencio del tiro de gracia, los demás perros como que comprendieron que podían llevarse la carne, pero sin pelear por ella.



Así fue como cada perro que iba llegando olfateaba los difuntos, los miraba, miraba los pedazos de carne, cogía lo suyo y calladito se iba a comer a otra parte.



El herido empezó a gritar y en el acto, uno de los encapuchados le metió entre la boca uno de los trapos con los que limpiaban el mostrador. Después el que comandaba el escuadrón se le arrimó al acostado y le dijo algo al oído, mostrándole la pistola. Un minuto más tarde otro de los encapuchados copiaba en una libreta.



Cuando el retenido terminó de hablar, el de los gritos se le acercó y le dijo:



-Yo soy un hombre de palabra. – y de un balazo le destrozó la cabeza.



Ya se estaban empezando a montar todos a las camionetas, cuando un encapuchado llegó a donde estaba el gritón y le dijo unas palabras. Éste alzó la mano, la giró en redondo, y desde los volcos empezaron todos a dispararle a las ventanas de las casas de las cuatro esquinas.



Yo me salvé porque la bala desastilló la ventana, y fue una de las astillas la que me rayó la frente, aquí sobre la ceja.



Sabiendo yo lo que le iba a pasar a los que hubieran resultado heridos por esas balas, de inmediato me cubrí la cabeza con un trapo, me vestí y apenas sentí que se había calmado la situación, salí montaña abajo.



A las cuatro de la mañana me presenté en el cuartel. Como no me creyeron la historia, me  mandaron al dispensario. Allá me suturaron, y apenas terminaron, me enviaron para el calabozo.



Siendo casi las 20 llegó mí teniente y me sacó. Camino al alojamiento me dijo:

 -oiga Román, por allá arriba, por donde vive usted, hoy a las 19, unos encapuchados remataron unos heridos de fusil. Según parece el único herido que se salvó, ¡y va a poder contar el cuento va ser usted!



Vaya y se cambia de uniforme, come y se alista que los de la fiscalía lo están esperando para que salga con ellos a ver algo que le van a mostrar. 





Galdjú Belrod.

EL TRAVESTI KARATEKA





-Jorge, quédate callado. Acépteme el consejo. No sigas diciendo necedades para que no te pase lo que me pasó a mí. Oí te cuento.



Eran las seis de la mañana. Estaba completamente desnudo frente al espejo del baño de nuestra habitación, con espuma de afeitar en mi cara, cuando me dice mi esposa desde el vestier:



-Mi amor, ya hice el negocio. No falta sino que tú vayas a la notaría a firmar, y todo queda listo. La señora que nos compró la casa es queridísima. Es ya mayor pero, está lo más de bien, que la vieras, no aparenta la edad. ¡Y tiene un novio!



En ésas, llegó a mi mente el recuerdo perturbador de la vez que me llevé las llaves de la otra casa, y de lo que me tocó hacer un día estando en la oficina para devolverlas: salirme de una reunión, sumamente ofuscado, a entregarle ese pesado manojo con olor a herrumbre, a unas personas que me miraron con cara de: este señor tan desconsiderado, ¿no?



Por eso decidí terminarme  de afeitar e ir a sacar las llaves del carro.



Para no salir desnudo por toda la casa, me puse la bata de baño satinada, de flores, que tenía mi esposa en el baño y bajé al garaje.



Todo iba a ser muy sencillo pero, al presionar la alarma del carro para abrirlo y sacar semejante encarte, el sonido del aparato me indicó que algo estaba mal en un circuito electrónico del vehículo. Ante ese aviso, intenté prenderlo y no me prendió hasta la tercera inducción del arranque. Por eso abrí la puerta del garaje y salí a dar una vuelta en él.



Iba a ser una vuelta corta pero, cuando intenté girar en la esquina, encontré una señal de trabajos en la vía que me impedía continuar. Decidí seguir hasta la otra esquina. Concentrado como iba en los sonidos del motor, sólo volví a compenetrarme con el entorno cuando sentí un golpe, y un estrujón que me sacó de la vía. Miré para el lado de donde provino el impacto y vi a un muchacho que me increpaba malhumorado.



Fue en ese instante, en el que me di cuenta del estado en que me encontraba: cubierto con una bata de baño de de mujer, que para acabar de ajustar no me cubría adecuadamente el cuerpo.



Pensé rápidamente y decidí aceptar sin reparos los daños del vehículo. El todo era que yo no me tuviera que bajar del carro, ¡con semejante atuendo!, en plena vía pública a discutir los asuntos de un choque.



Yo iba a decirle al joven algo así como: no se preocupe señor…, cuando lo vi bajarse del automotor enfurecido, armado con una varilla gruesa con la que comenzó a darle a la capota del mío, mientras me insultaba y me desafiaba.



Hasta ese momento yo estaba calmado pero, al ver la desfachatez e insolencia de ese vergajo, me bajé del vehiculo y en dos minutos le aplique 20 años de entrenamiento en artes marciales. Para resumir le cuento que quedó inmovilizado.



Con el fin de evitar escándalos, abrí la portezuela de atrás de su automóvil y, cuando  lo estaba literalmente embutiendo en él, oí a una señora gritando algunas frases desde uno de los balcones del edificio de donde salió ese desgraciado.



Tiré la portezuela con furia, miré con atención a la señora y escuché que ella decía:



-Me robaron. Me robaron las joyas y los dólares.



Yo hubiera querido quedarme para ayudarla pero, recordé al instante la indumentaria que traía puesta y decidí marcharme. Así lo iba a hacer, cuando vi que de una moto se estaban apeando unos policiales.



Me miré primero yo, luego los volteé a ver a ellos, observé al muchacho del mazda. De pronto percibí la voz de la señora muy cerca de mí. Giré para mirar a la dama, y la vi abriendo la portezuela que yo había cerrado.



Mientras tanto uno de los policías me preguntó:



-¿Qué pasó?



- ¿Para dónde va usted con esa pinta?



Intenté responderle. Estaba hilando las ideas cuando escuché unos gritos:



-¡Desgraciado! Y yo que lo saqué de esa pocilga, y lo puse a vivir decentemente. Y vea, vea como me paga. Robándome las joyas y los dólares.



Fue en ese momento cuando el tono de voz del policía cambió. Y unos segundos después me vi esposado y montado en una patrulla.



Minutos más tarde estaba ingresando a la estación de policía. Con cada paso que daba, recibía un silbido y alguien me gritaba una barbaridad, o me acusaba de ser un degenerado.



Me metieron en un calabozo. Como a la hora de estar encerrado, un policía bachiller me tiró, desde lejos, como con miedo, una camiseta verde clara que decía “Besame” y una pantaloneta de tela de jean, con flecos en los bordes y un corazón rosado en un bolsillo.



Ante la situación en la que estaba, me las puse. No sé con cuál de las dos pintas quedaba peor: sí con la bata de baño de mi esposa, o con esa camiseta que me quedaba corta y estrecha, dejando salir el ombligo y unos kilos de más, y esa pantaloneta que me hacía ver y sentir abultado.            



Como a las tres horas logré convencer a uno de los policías de que me dejara hacer una llamada. Hablé con mi esposa, ella me preguntó de todo en un minuto, yo le terminé la conversación bruscamente, y le dije que estaba en la estación de policía.



En medio de sus gritos le pedí que se calmara, que viniera por mí, y que por nada del mundo se fuera a venir sin traerme ropa.



Ya eran las once de la mañana cuando escuché la voz de mi señora preguntado por mí.



Desde alguna parte de las oficinas oí que alguno de los policías, al escuchar mi nombre, respondió:



-Es el travesti karateka. Esta en el calabozo del fondo.



En medio de la rabia y la vergüenza que estaba sintiendo, comencé un trabajo mental para calmarme, y todo porque sabía que en unos minutos me podría cambiar y volvería a ser una persona del común.



Pasó el tiempo y yo seguía solo en el calabozo. Como a la hora de haber llegado a la estación, entró mi esposa a donde yo estaba. Me miró, y soltó la carcajada. Se recostó contra el muro, se dejó resbalar y se sentó a reírse, ¿Cuál reírse? ¡A burlarse de mi pinta! De pronto, no sé en qué momento, sacó su celular y me tomó una foto.



Ahí sí, ya no aguanté más y la regañé, le pedí en forma enfática que me entregara la ropa que me había traído. Ella se paró, se compuso, se limpió las lágrimas de risa que tenía, y me entregó el paquete.



Durante unos segundos hubo silencio en el calabozo. Yo aproveché para preguntarle por qué se había demorado tanto para entrar y ella me respondió:



-Estaba hablando con Teresita, la señora que nos compró la casa. Imagínate que el novio le robó las joyas pero, tú tan lindo, lo atrapaste. Ya ella le explicó eso a la policía. No hay cargos en tú contra. Te vistes y nos podemos ir. Yo ya acordé con ella, y vamos a salir de acá para la notaría. Tan de buenas nosotros. ¿No cierto?



Todo este incidente habría pasado al olvido si yo no hubiera criticado en forma imprudente, durante una fiesta, un atuendo que había usado mi esposa en algún momento de su vida.



Ella, con la dulzura de siempre, pero con una mirada de venganza, me clavó sus ojos, metió su mano al bolso, y sacó el celular sonriéndome, luego le pasó la foto a los asistentes diciéndoles:



-¡juzguen ustedes a quién es al que le gusta usar pintas raras en esta casa!







  Galdjú Belrod.

jueves, 3 de mayo de 2012


POR ENTRE LA NEBLINA



A Felipe, porque fue el primero en disfrutar el cuento.



Estábamos sentados en la cafetería de la universidad hablando banalidades cuando Guiller me dijo:

-Alejo, ¿vamos para el pueblo este fin de semana?

Cómo sería la pereza que vio el hombre en mi cara, que de inmediato me replicó:

-Alejo, ¡me tienes que acompañar! Claudia al fin consiguió que la dejaran ir a la finca pero, fue porque dijo que iba con una amiga. Claro que Adelaida no tiene ni idea del viaje. De todas maneras eso se arregla fácil. Así que el viernes te recojo y nos vamos.

No tuve ocasión ni ánimos de negarle el favor al compañero. Yo más que nadie sabía cuánto llevaban ese par tratando de realizar el viaje.

El viernes, a eso de las seis de la tarde, pitó Guiller. Yo salí de mi casa sin mucho ánimo, tratando de que mi amigo y su novia disfrutaran lo suyo.

El camino por la autopista norte no tuvo problema, incluso fue rápido. Pero al desviarnos hacia a la carretera nueva, sucedió el primer percance: un recorrido que dura quince minutos, se demoró una hora.

Cuando logramos llegar al semáforo donde comienza la nueva ruta que lleva al mar nos topamos con un agente de tránsito.

Guiller inmediatamente le preguntó qué pasaba, y éste le respondió que el túnel había estado cerrado hasta cinco minutos antes por derrumbes. Pero ya lo habían vuelto a abrir.

-Seguimos de paseo. –Dijo mi amigo-.Y enfrentó la loma.

Dentro del carro el anfitrión hablaba y los demás lo escuchábamos. Tal vez así ninguno se veía obligado a romper el hielo y encarar una conversación con gente de la que no sabía nada. Porque si bien yo había visto alguna vez a Claudia, Adelaida si me era totalmente desconocida.

Y como dicen en mi tierra: “al que no quiere caldo se le dan dos tazas”. Nos demoramos casi una hora en alcanzar la boca del túnel. Y pensar que el recorrido normalmente se hace en veinte minutos.

Pobre Guiller. ¡Con esas ganas que tenía de llegar a la finca!

En los primeros kilómetros el descenso era pausado, pero avanzaba, hasta que en un minuto sucedieron tres acontecimientos: se desató un aguacero impresionante; la caravana se detuvo, y la montaña empezó, -casi a dos kilómetros de donde nosotros estábamos- a deslizarse, como si fuera caramelo caliente.

Ante ese escenario, Guiller intentó regresar pero no pudo. Pronto, por rumores de la gente que iba y venía a pesar de la lluvia, supimos que el túnel estaba otra vez cerrado.

Dada la realidad, iniciamos una conversación grupal. Fue en ese momento cuando Adelaida dirigiéndose a mí preguntó:

-Y tú, ¿tienes algún pasatiempo en especial?

-Me gusta la numismática –Respondí.

 -¿Y qué tal es eso de coleccionar monedas?

-Es bueno –contesté-. Sólo que las colecciones no se le pueden mostrar a todo el mundo porque algunas personas se antojan de las monedas, y les da por empezarlas a coleccionar, descompletando la colección de uno.

-Alejo ¿A ti te han robado alguna moneda? –Indagó Adelaida-, interesándose en el tema.

-Sí, varias. Pero hay una en especial que extraño mucho.

-¿Cuál? –Preguntaron los tres a la vez.

-Una de un Lazareto -dije-.Y me quedé meditando sobre la respuesta.

Fue entonces, cuando rompí el silencio reinante y comencé a hablar:

-Me acabo de acordar de una historia que me refirió un médico que estaba a punto de pensionarse. Eso fue cuando yo apenas hacía mi segundo turno de estudiante.

El doctor me contó que él había trabajado en un Lazareto reemplazando a un facultativo que una noche salió del hospital, y nunca lo volvieron a ver.

Eran como las tres de la mañana cuando nos sentamos. Ya no había ningún paciente en urgencias, y el galeno empezó su narración:

“Lo que me contaron del médico que trabajaba allá fue que una noche,  cuando estaba escribiendo los últimos datos de una historia clínica, vio que del corredor del frente, exactamente de una de las piezas del primer piso, salía un grupo de pacientes y se les acercaba.

Al percatarse de este hecho tan inusual le dijo a la enfermera:

-Elena, ¿por qué están fuera de sus habitaciones a esta hora –eran como las ocho de la noche- estos pacientes?

Su asistente volteó a mirar por la ventana y respondió:

-Tan extraño doctor Mesa. A esta hora todos los pacientes deben estar acostados.

Ambos siguieron realizando sus actividades, y como por instinto volvieron a mirar, y vieron que los enfermos ya estaban tocando las ventanas del consultorio.

Sus caras palidecieron cuando sus mentes se percataron de que esos que los miraban, habían fallecido unos años antes.

En ese instante el doctor Mesa miró a Elena y notó que ella iba a gritar. Él le hizo un ademán con la mano para que no lo hiciera. Luego le señaló la puerta que daba al corredor, indicándole que salieran.

Ya estaban a punto de abrir la puerta, cuando sintieron unos manotazos en ésta. Voltearon a mirar la ventana, y vieron que los rezagados del grupo estaban dando la vuelta. Se dirigían hacia ese mismo lugar.

Del susto el médico tiró de la mano a la enfermera y ambos cruzaron la puerta que daba al pasillo interno de los consultorios, y salieron corriendo.

Cuándo el doctor Mesa, en medio de la carrera miró hacia atrás, observó que ellos mantenían una distancia que a veces se alargaba pero, jamás era suficiente para sentir que se habían logrado escabullir.

Al llegar al corredor principal tomaron la vía que daba al jardín de las rosas. Éste era un espacio amplio, colorido y aromatizado, que adornaba el camino que comunicaba al hospital con el exterior.

Mientras corrían angustiados, el facultativo pudo ver que la reja de la entrada estaba cerrada. De inmediato pensó que él podría escalarla, pero no sabía qué  pasaría con Elena.

En medio del dilema, el jardinero les abrió la puerta.

Al cruzarla el médico le agradeció, y mientras lo hacía recordó que Pachito había fallecido. Quiso frenar, pero su acompañante lo haló. Al comenzar a correr de nuevo, exaltado preguntó:

-Pachito, ¿Por qué nos abriste la puerta?

-Doctor, ¡porque usted me permitió morir tranquilo, sin que me cortaran mi otra pierna!”. –Contestó el jardinero.

Al terminar la frase, hubo un silencio sepulcral dentro del carro. Ante la cara de terror que tenía Adelaida, todos miraron el lugar que ella observaba, y vieron que por entre la neblina venían corriendo un hombre de bata blanca y una mujer, a quien éste jalaba de una mano.





Caragabí

23/06/11 

Carta a Felipe.



Medellín, 19/07/10.      



Hola Felipe, hace rato no te escribía. Mañana estaremos de bicentenario en esta tierra que, como en tu caricatura sobre la historia sigue peleando, se sigue matando.

¿Recuerdas la caricatura que hiciste? En ella estaba Bolívar enfermo, oyendo sobre la peleas de la Nueva Granada y Venezuela, que las pintaste como dos mujeres agarradas del pelo. Nada más patético. Nada más actual.

Y recuerdas quién te estaba asesorando en la realización de la tarea: era yo, tu papá, al que días antes le habías dicho que casi no compartía contigo, hecho que dadas las circunstancias era verdad.

No compartía contigo, querido hijo, porque estaba cumpliendo con una labor que nos corresponde a los hijos. Estaba turnándome con mis hermanos y con mi mamá, en el cuidado de mi papá, tu abuelito Alejandro, quien intentaba recuperarse de una más de sus largas y duras hospitalizaciones.

Era verdad que salía temprano y llegaba tarde, era verdad que no compartía contigo lo suficiente, a pesar de que estabas en vacaciones, pero, es que las enfermedades no conocen de tiempos libres. Nada más te menciono que fue un día que salí a caminar y a comprarte el antibiótico para combatirte una otitis que te despertó a las cinco de la mañana, cuando me llamaron a decirme que mi papá estaba muy mal, vomitando, sufriendo, penando por dolores abdominales.

Y si no recuerdas, tu abuelito Alejandro en sus últimos años ha estado muy enfermo. Ahora se está consumiendo lentamente, como los pabilos de las luces que iluminan a los santos, que no sirviendo para darle luz a una habitación, tampoco se extinguen. Sí, así está mi papá, así está tu abuelito, así vienes viviendo tu primer contacto real con el dolor, con la angustia y con los seres que se están despidiendo.

Feli. ¿Y qué pasa contigo mientras tanto? Tú sigues en el colegio, eres muy aplicado académicamente, por eso tanto mami como yo valoramos tu esfuerzo y te lo admiramos, te decimos que te felicitamos y estamos orgullosos de que sepas aprovechar lo que debería ser un deber del Estado pero, en tu caso se convierte en un privilegio de pocos: ¡una buena educación!

Resulta Feli que la educación de calidad en esta Colombia del bicentenario no la recibe todo el mundo. Por ejemplo: tú estudias en un colegio privado, tus pedagogos son personas formadas en las universidades. Tienes siete años y ya estás teniendo contacto con otras lenguas, otras culturas y, aunque suene a diálogo extraterrestre,  con otros mundos.

Pero no sólo estás en un colegio de nivel académico alto, también estás aprendiendo a bailar una forma de danza que denominan baile callejero: “street dancing”. Entrenas futbol y Hap Ki Do, y aprendes computadores.

¿Qué significan esos estudios en tu vida? Significan en conjunto las posibilidades de acceder a una formación amplia y liberal, abierta, sin dogmas, atenta al cambio.

Permíteme hacer acá un paréntesis para decirte que ya no estás en dos clases: las de música y las de natación.

Las primeras, es decir las de música, no las continuaste recibiendo porque expresamente nos dijiste que no querías seguir en guitarra. Si no recuerdas, yo te recuerdo que la iniciación musical fue para ti muy divertida cuando aprendiste de ritmos, dibujaste las notas, tuviste contacto con el pentagrama, como lo hemos tenido todos en esta familia que, al fin y al cabo es musical pero, qué pasó. Pasó que tu entusiasmo al pasar de flauta a guitarra decayó tanto que hasta llegaste a llorar para que no te lleváramos a las dos últimas clases del semestre. Estudiaste con gran responsabilidad y te demostraste a ti mismo que te ibas de música porque no querías continuar y no, porque no fueras capaz con la asignatura.

Recuerdo que durante una comida familiar, de esas en las que conversamos sobre el día de cada uno. Como decías tú en la guardería: ¿Cómo fue tu día? Nos dijiste claramente a mami ya mi que no querías recibir más formación en guitarra. ¿Y qué hicimos mami y yo? Conversamos, evaluamos las ventajas y las desventajas de atender tu solicitud y decidimos, conjuntamente, que si no ibas a ser feliz en el aprendizaje de un pasatiempo no debías continuar en él.

Acá se rompe el primer esquema rígido que nosotros (papi y mami) traíamos de nuestra formación. Respetamos el hecho de que no quisieras algo que nosotros queríamos. Queríamos que continuaras una formación musical, acorde con la herencia que nos viene: recuerda que tu abuelito Alejandro fue un gran músico. Pero Feli recuerda también que un pasatiempo produce placer, no puede generar dolor, aburrimiento y tristeza.

También recuerdo que tuve que ir a suspender el curso de natación que iniciarías, era  el último de todo ese mundo acuático que venías recorriendo en la piscina olímpica. ¿Qué pasó? Te dio otitis. Y con mami decidimos que algún día nadarás bien, al fin y al cabo ya flotas y te defiendes solo en una piscina. Ridículo sería arriesgar tu integridad, -recuerda que tuviste otitis- por enseñarte a nadar.

 Es simpático mencionar que en este momento que estamos viviendo, se considera en el ámbito sociocultural donde desarrollas tu vida que, saber nadar es una necesidad social. Por ahora evitaremos que te enfermes con consecuencias graves. Luego nadaras.  Cierro paréntesis, como decimos acá.    

En cuanto a la danza callejera, ahí te va muy bien, estás en un grupo que es aventajado, incluso tendrán presentaciones públicas patrocinadas por la empresa privada: Peldar. Y acá hay mucha música, mucho ritmo y mucha coordinación. Y mucha decisión de tu mamá y mía para permitir que nuestro hijo baile, y reciba clases de baile. Te recuerdo que estamos en una sociedad de críticas mordaces, que no tiene clemencia, donde el baile todavía es mitológicamente femenino, y sólo unos pocos han roto el paradigma. Bailar te da libertad, lo haces bien, te gusta, se ve que lo disfrutas. Qué bueno que bailas. Tu mamá y yo disfrutamos tus presentaciones, nos llenan de orgullo, sobretodo porque te lo gozas. Por eso lo haces muy bien. ¡Ánimo!

De otro lado están dos deportes socialmente muy practicados, por los que pueden, y ese pueden, me remonta a mi gran desventaja física, el asma. El futbol es un deporte que al igual que el Hip hop requiere trabajo en equipo, requiere entrenamiento, habilidades,  esfuerzo y buena salud. Tú los tienes todos. Yo no tuve buena salud.

Recuerdas ese maravilloso día en que evitaste el desastre total del equipo. Estaban jugando contra unos niños muy grandes del Country Club. Aunque dicen, ¿dicen? Que eran de la misma edad, no lo creo pero, bueno, el cuento va a que ustedes iban perdiendo por cuatro a cero y se auguraba una paliza, es decir perder por más de diez goles. En ese momento jugabas de “volante creador” con otros cuatro volantes creadores y un arquero que evitaba los goles que podía. Fue en una de las tomadas de agua que te dije: Feli, juega como defensa, que en ese puesto te va muy bien. 

Aunque el partido se terminó perdiendo por seis a cero, todos los papás del equipo, en esos quince minutos que jugaste como defensa, se aprendieron tu nombre. Es que empezaste a evitar goles, le diste solidez a un equipo que estaba desarticulado. Al principio sólo yo te gritaba: “Feli ataca.” Feli cubre.” Feli marca ese niño.” “Feli saca ese balón”. Después vino lo maravilloso, todos los papás encontraron en tu juego la forma de evitar la goleada vil y descarada, de dos dígitos. Todos te animaban, todos te aplaudían, y al final todos te felicitaron.

Feli, era un partido más, incluso el equipo lo perdió y tú eras parte del equipo perdedor, pero, tú salvaste el honor. Tu entrega, tu voluntad de sacrificio evitó el desastre. Y tu Feli, aprendiste que todos tenemos un lugar destacado, no sólo los delanteros. Ese día la figura fue un defensa. Fuiste tú.

Ahora sigues jugando, cada vez con más coordinación, sigues entrenando, tienes amigos en el equipo: “Escuela de futbol de San Lucas”, socializas, aprendes estrategias y, en el colegio juegas con Nico, Ema, Jero y otros que no recuerdo.

Incluso Feli, esa fiebre de futbol nos llevó a que llenáramos en familia el Álbum del mundial. ¡Recuerda que te pagamos toda la caja de láminas! Y fuimos muchas veces a las esquinas del barrio a cambiar “monas”, como dice la mamá.

Eras admirador de Messi (Lionel, argentino) Tanto que te compraste con tu dinero, el que te ganas modelando, la camiseta del 10 argentino. Y cuando los alemanes eliminaron a Argentina, te volviste hincha de España, en parte por hacerle contrapeso a esa Alemania “malvada”.

Feli, disfrutamos en familia. Incluso para poder hacerlo, algunos partidos del mundial los vimos en la clínica, mientras el abuelito unas veces empeoraba y otras mejoraba. Que paseos los de esa época. De la casa a clínica y de la clínica a la casa. A veces en un silencio que rompías con tu pregunta sobre el por qué de esta rutina. A veces viajábamos con un poco más de ánimo, o de incertidumbre. Esa incertidumbre que todavía nos acompaña y que hace que el abuelito, la abuelita, los tíos, es decir mis hermanos,  las esposas y yo,  y ustedes, los nietos, vivamos una agonía que nos carcome y que en realidad nos hace mal vivir.

Ahí está la causa de tu reclamo, de mis llegadas tarde a casa, de mis faltas en el acompañamiento que nos debemos. Hijo por favor entiéndeme. Estoy cumpliendo con un deber moral, doblemente moral, de acompañar a mi papá en este momento tan largo y tan penoso, y de ayudarle, como médico a que no tenga dolor, ahora que su cuerpo cada vez demuestra más y más que no es recuperable.

¿Y del Hap Ki Do qué? Del Hap Ki Do la espiritualidad, el crecimiento, la disciplina. Ya pasaste el cinturón más violento, el que sólo usa la fuerza, el que no combina el ser con el saber. El blanco. Ahora cada paso es hacia la superación física, mental y espiritual. Difícil raciocinio a los siete años pero, no imposible. Cada vez te debes dominar más. Todo ese entrenamiento para controlar la fuerza, lo bestial, para acumular las habilidades que te den el poder, la madurez para ser un hombre como el niño que eres: tranquilo, pacífico, calmado. A veces más de lo deseado.

Como vez Feli, tienes un abanico de posibilidades y tienes unos papás que te valoran y respetan tu voluntad, si ésta se encuentra enmarcada en la lógica, no tu lógica, no nuestra lógica, sino la lógica familiar. Acá, en esta familia, tenemos derechos y deberes. Acá, en casa, tenemos libertad para actuar. Recuerda: libertad,  es decir: responsabilidad.

Por eso hay horarios, porque hay responsabilidad, por eso tu mamá y yo tratamos de que nuestros vacios pedagógicos no signifiquen desventajas para ti en el futuro, por eso pronto tú sabrás más de computadores que tus papás, porque así es la historia, porque así evolucionamos y porque así honramos nuestros compromisos, por ejemplo el nuestro como padres. Cuidándote y formándote lo mejor que podamos.



Hijo ¡TE AMAMOS!  Mami y papi.    

19/07/10.