EL CLARINETE DEL
VIEJO LUCHO
Antonio era
uno de esos niños costeños vivaracho, extrovertido, entrador, que no tenía
obstáculos que le impidieran ser feliz,
tanto así que el único escollo que tuvo para aprender a interpretar la trompeta,
lo solucionó persiguiendo al viejo Eladio por cuanta parte del pueblo él se
presentaba.
Al viejo le
cayó en gracia el mocoso por atrevido y desenvuelto, por eso no sólo le prestó
su instrumento, sino que además se lo enseñó a tocar, y cuando ya vio cercana a
la parca, se lo dejó de herencia.
Fue con esa
trompeta con la cual salió a recorrer, primero todo su pueblo y después los
demás municipios de Bolívar.
Fue estando en
Cartagena donde conoció a los integrantes de la Sonora Tropicana, y se unió a
ellos en su correría por las ferias del país.
Estaban en una
de esas ferias bonitas del interior, cuando conoció a Susana, una persona que
lo marcó para toda la vida, y lo puso a vivir bueno con su mujer.
La noche en
que la conoció era de sábado, en los primeros meses de 1968.
Eran las 8.30 p.m.
cuando el animador anunció la presencia en el escenario de la sonora Tropicana.
Los músicos comenzaron la tanda con: “Sal si puedes”. El público respondió de
inmediato. La pista se llenó de parejas que, entusiasmadas bailaban al son de
la orquesta más importante del momento.
Todo
transcurría según lo programado, hasta el inicio del primer descanso, cuando
Antonio, aprovechando esos minutos, salió a la terraza del club a fumarse un
cigarrillo. Allá vio varias parejas que reían y celebraban con entusiasmo la mejor
fiesta de la feria. También vio a una dama de talle singular que
inexplicablemente estaba sola.
Al comenzar la
segunda tanda, Antonio se acomodó en la tarima de tal manera que pudiera
divisar toda la concurrencia.
Después de
unos minutos de búsqueda, logró identificar a la joven. Se dio cuenta que
estaba en una mesa cercana a la de la orquesta, adicionalmente vio que estaba
sin parejo. En ocasiones bailaba con algunos jóvenes, pero después regresaba a su
mesa a esperar que alguien la invitara de nuevo a la pista de baile.
Terminada la
segunda tanda de la orquesta, el músico descargó su instrumento sobre el asiento,
y en menos de un minuto estuvo en la terraza, esperanzado la oportunidad para
ofrecerle un cigarrillo a la dama que lo inquietaba.
Durante la
tercera tanda, Susana y Antonio ya no eran unos desconocidos, eran unos amigos
recientes que disfrutaban saludándose con venías y miradas insinuantes, que
eran correspondidas con interpretaciones musicales dirigidas a la musa.
Para el cuarto
descanso, el músico y su amiga compartían mesa y sonrisas. Antonio llevado por
el entusiasmo del momento, le informó al mesero que él se haría responsable de
la cuenta, a pesar de que el champán que estaba bebiendo la dama fuese muy costoso.
En medio de la
quinta tanda, Antonio recorrió toda la orquesta buscando el dinero que le
permitiría solventar los gastos en que estaba incurriendo, ¡y en los que iba a
incurrir!
Con su acento
costeño, y su peculiar “eche”, consiguió prestados los pesos para disfrutar lo
que iba de la fiesta y lo que faltaba de ella.
-“Eche compa,
préstame unas barras y mañana te comparto el cuento. Con lo del toque te lo
pago”.
A las 2 a.m. se despidieron los
músicos. Antonio le encargó a Pepe Pimiento, su compañero de cuarto, la
trompeta, y salió de gancho con Susana, mujer esplendorosa que había despertado
la admiración de todos en el conjunto, y la envidia de varios de sus
integrantes, sobre todo después del beso apasionado que le había brindado al culminar
la orquesta su presentación.
****************************************
Eran las 11 de
la mañana del domingo, cuando ingresó el director de la orquesta a la
habitación de Pepe y de Toño, preocupado por los comentarios de los demás
músicos durante el desayuno.
Según había
oído, Antonio no había parado de vomitar, y de cepillarse los dientes y la boca
desde su arribó al hotel.
Cada vomitada
suya, hacía que sus compañeros se rieran con más ganas, acompañando las
carcajadas de comentarios sarcásticos y mal intencionados que empeoraban las
maltrechas condiciones en las que se encontraba el trompetista.
Y no era para
menos. La noche del sábado había sido larga y bastante movida, hasta el momento
en el que Antonio en medio de la emoción, los besos y las caricias, justo
cuando iban a ingresar a la habitación, decidió profundizar en sus anhelos y se
encontró con una sorpresa que los dejó a los dos sin aliento.
Fueron pocos
los segundos que les duró el aturdimiento. En ese instante Toño no supo que
hacer primero.
Al reaccionar
se apuró a retirar las manos de ese cuerpo que minutos antes era tan deseado.
Se limpió los labios, como tratando de desaparecer el sabor que ya se le había
impregnado, y rechazar lo que antes había buscado.
Se le fue
pasando la borrachera y le fue empezando un dolor de cabeza que le penetraba en
forma pulsátil el cerebro.
Ya no sabía como
llamar a ese ser que lo miraba asustado y trataba de protegerse de una agresión
física que nunca se presentó.
Antonio afanado,
intentó salir de la incómoda situación en la que se encontraba. Sacó la llave
de una chapa que no abrió nada, agarró el saco y la corbata que estaban en el suelo,
y corrió escaleras abajo.
Al llegar el
músico a su habitación, Pimiento, quien apenas se estaba durmiendo, prendió la
luz, se sentó en la cama, y le preguntó:
-¡Aja compadre!
, ¿y qué fue la vaina? ¿Por qué llegaste tan pronto?
Intuyendo la
causa de su malestar, Pepe le dijo con aire de mofa a su compañero: -no me
vengas a decir compadre que, ¡semejante tronco de vieja!, tenía una mondá más larga
que el clarinete del viejo Lucho.
Galdjú Belrod