martes, 6 de noviembre de 2012


Medellín, 30 de octubre de 2012.

Hola Ángela, Mateo y Susana, deseo que estén bien.

Les escribo desde mi corazón, y desde una condición que en este momento aún no entiendo que tan buena fue, pero fue la que me toco vivir.

Cuando mi papá (Alejandro Bernal) comenzó sus grandes dificultades, es decir cuando además de ser diabético, súper alérgico a todos los analgésicos, asmático, usar sonda vesical por el problema tan severo de próstata y vejiga, tener Parkinson, y reconocerse a sí mismo como una persona que estaba sufriendo de Alzheimer, y se dio cuenta de que lo iban a amputar, yo tuve que hacerle frente a tres realidades:

La de ser su  hijo –el mayor para acabar de ajustar-.

La de ser médico.

La de tener mi propia familia.

Como su hijo y en parte su médico, trate por todos los medios de ayudarle. Situación que me puso en jaque con mi hijo Felipe, que a su corta edad no entendía porque yo ya no tenía tiempo para jugar con él, y sólo nos veíamos en las habitaciones de los hospitales, cuando Liliana y Felipe entraban a saludar al abuelito enfermo, y allí nos encontramos, porque yo madrugaba a cuidar a mí papá, trabajaba, y por las noches me quedaba hasta muy tarde en la misma misión.

Total: no atendía como debía mi vida con mi familia. Pero…es que estaba despidiendo a mi papá. En una despedida dura, muy dura, y larga, muy, pero muy larga.  

Además vi como mi mamá sufría con paciencia, y cuidaba con amor y esmero a mi papá. Un papá que cada día se desmejoraba más y más, hasta postrarse en una cama, y no poder valerse para absolutamente nada por sí mismo.

De mis hermanos, igual, la misma vida para todos: hospitales, consultas, sufrimientos, trasnochos, madrugadas, llamadas a altas horas del amanecer para saber que nos teníamos que vestir a la carrera, y salir para la casa de mis papás a ver qué decidíamos hacer con mi papá, que otra vez estaba mal.

Corríamos a ver un papá que alguna vez fue muy severo, un papá con algunos defectos, pero un papá único: ¡nuestro papá! El que nos acompañó en todo. Un hombre sin igual, un hombre que bajo su forma de ver la vida nunca nos falló, y a su manera nos amó con todo su corazón;  un hombre al que su vida se le apagaba minuto a minuto, sin que pudiéramos hacer nada más que estar ahí, ahí, viendo como es la vida, y como se apagaba su vida.             

Y entre sufrimiento y sufrimiento fueron pasando tres largos años, sobre todo el último, en el cual, mal contadas tuvimos ocho hospitalizaciones en siete meses.

Y llegó el momento, el momento en el cual todos decidimos, pero sobre todo yo decidí.

Yo soy el médico, el médico que no le falló en ninguna hospitalización, el médico que siempre  procuró sus mejores cuidados en salud, y el médico que un día se sentó frente a sus hermanos y su mamá, y les dijo: - mi papá se está muriendo, y yo por misericordia infinita les pido que lo dejemos morir en la casa, no lo llevemos más a los hospitales, dejémoslo ir ya. Ya no lo atajemos más. Él no merece sufrir más.

Esa decisión fue en principio mía, esa decisión, dura, durísima, pienso yo, la tomé con el corazón. 

Fueron tres días larguísimos, tal vez los más largos que todos en la familia  hemos vivido, pero cuando mi papá se volvió visible sólo a los ojos del corazón, ninguno de nosotros sintió la tristeza de no haber estado ahí, con él, acompañándolo, despidiéndolo…

Cuando ese cuerpo maltrecho ya no tenía el ser de mi papá adentro, cuando no lográbamos ningún contacto con él, no le fallamos, lo acompañamos en nuestra casa. Lloramos, rezamos, y sufrimos juntos, pero no se lo entregamos a unos seres  inmisericordes que no lo iban a salvar, sólo lo iban a torturar, nos iban a torturar, y sus tormentos, que no curaban, no se iban a compadecer ni de mi mamá que también se estaba enfermando ni de nosotros que estábamos devastados, y de mi papá que hacía rato se había ido, aunque su corazón aún latía. ¡Le cumplimos, nos cumplimos! Hice mi mejor acto como médico. No dejar que mis colegas alargaran una agonía. Muchas agonías.   

Obviamente extrañamos a mí papá, y al principio fue duro recordarlo, pero ahora cada vez que lo recordamos nos reímos, y gozamos la presencia espiritual de mi papá.

Porque mi papá vive, vive en nuestros corazones, y en las grandes obras que dejó, es decir, en la formación que nos infundió, nosotros somos sus obras, además de ser sus creaciones, somos quienes demostramos que mi papá vive, y vivirá por siempre, mientras nosotros seamos buenos, y honremos su memoria.

Fue simpático para mí, por decir lo menos, que al otro día de haber despedido a mi papá, mientras iba en el bus para el trabajo, fui consciente de que en Medellín nada había cambiado, todo el mundo seguía con su afán. En mi corazón había congoja, y paz, y en Medellín la vida seguía igual.

Después, han venido los recuerdos, y ha sido muy agradable saber que mi papá vive, y vive muy bien, procuramos recordarlo lo mejor posible, destacamos sus virtudes, y lo vivimos con amor.

Ángela, Mateo y Susana deseo que mi vivencia de lo que es el dolor de hijo, la incapacidad de médico, la paz que da el amor, y la fe en que resucitamos a la vida eterna, los ayude en estos momentos, que sólo son soportables si se viven en familia. Si se viven con amor

Es mi deseo que ante la realidad de la vida, ustedes tres honren a Germán, como el gran hombre, papá y esposo, que es, y que al igual que podemos hacerlo nosotros, en su momento la alegría de haberle cumplido a Germán, les permita recordarlo con amor y alegría.

Le pido a Dios que cuando el paso a la eternidad se dé, ustedes lo vivan con la esperanza de la vida eterna, y la tranquilidad de haber hecho todo lo que uno hace por amor.     

   

Con cariño.

 

Guiller.

 

 

 

jueves, 25 de octubre de 2012


A Felipe.

Hola hijo querido, somos mami y papi, es decir los de siempre. Los que siempre hemos estado y estaremos junto a ti.

Hoy es un día muy especial, porque te han invitado a reflexionar, es decir a pensar, y cuando uno piensa, lo hace sobre lo bueno, lo regular y lo malo. El pasado, el presente y el futuro. Se recuerda con cariño, se recuerda con amor, a veces con tristeza, y a veces hay una ensoñación.

Cuando a nosotros se nos pregunta por Felipe, el corazón se nos agranda, se nos llena de alegría, y nos dedicamos a hablar del gran hijo que tenemos, de lo juicioso que es, de las gratas noticias que nos llegan del colegio, gracias a que es buen estudiante.

Es emocionante conversar contigo y saber que jugaste con tus amigos del colegio, que estás viviendo cada uno de tus días escolares con alegría. Es emocionante recogerte los sábados y saber que disfrutaste tu clase de futbol, que hiciste pases para goles, y a veces hasta hiciste goles.

Que aprendes las notas musicales, que tienes aptitudes musicales, que recuerdas las obras musicales que te aprendes, y que fuiste el primero en música en sacar 100 este año. ¡Qué alegría Feli! Qué bueno que te gusta la música, arte al cual nosotros los Bernal le debemos tanto, tanto, tanto…    

El sábado pasado fue espectacular ver como la coordinación de tu cuerpo, y la capacidad rítmica que tienes, te permitió bailar como tú bailas. La presentación fue magnífica. ¡Vas muy bien en Hip hop!            

Bueno, hay cosillas que ya no son tan buenas, a veces tu terquedad hace que todos en casa nos ofusquemos, uno no puede estar diciendo a toda hora: “ya voy”, y no va. Uno tiene que ir. Y a uno no lo van a esperar toda la vida, Uno tiene que estar en el lugar indicado en el momento que lo necesitan, y no cuando uno decide, porque a veces la decisión de uno va en contravía de los que la sociedad requiere, y si uno no se monta rápido en el tren de la vida, ese tren lo deja, y uno entonces, ¿para dónde se va? El tren de la vida no se detiene, disminuye la velocidad para que los que estén listos se suban y sigan. Los tercos a veces no se suben en ese tren.  

Feli, ¿por qué siendo tan buen estudiante y tan concentrado para armar legos, no lo eres para hacer las tareas que no sean de matemáticas? A veces tu falta de concentración nos alarga las actividades, y nos coge el tiempo haciendo tareas que sí estuvieras concentrado, las terminarías bien y en menos tiempo.

Y como siempre hay un pero, el pero contigo Feli, es la comida. ¿Cómo vamos a hacer para que comas adecuadamente? Feli, ya sabes que si uno no come bien no crece. ¡Hay que comer adecuadamente!

Como papás es grato para nosotros mirar para atrás en el tiempo y saber que cada uno de los minutos que hemos vivido, desde que llegaste a nuestra vida, a sido magnifico. ¡Eres el mejor hijo que hay! Nos alegras la vida, y nos invitas a vivirla con emoción. Dentro del pasado ya está el paseo a los parques en Estados Unidos, un paseo que nos merecíamos como familia, y en el cual disfrutamos cada momento. Recuerdas como brincabas de emoción cuando ibas a entras a Legoland, y recuerdas la alegría que nos dio a los tres, que pudieras montar en el Roquet.

En el presente como familia trabajamos unidos, y luchamos conjuntamente por nuestro bienestar. Nos es grato llegar a casa u compartir nuestras vivencias, sabernos amados y amorosos los unos con otros. Saber que todos los días nos acostamos contentos, y al otro día nos levantamos alegres a enfrentar nuestro quehacer diario.

El futuro lo vemos con esperanza, con fe infinita en que nuestra labor diaria ha estado dando frutos y nos dará otros  más dulces. Somos una familia convencida de que el trabajo en equipo mejora los resultados, y nos permite aspirar a logros mayores, tanto espirituales como materiales. Deseamos que sigas siendo un hijo juicioso, educado, simpático, ágil, diligente, y sobre todo, un hijo tan amoroso como eres con nosotros, tus papás que te amamos con todo el corazón.   

Hoy hijo querido es un día para darle gracias a Dios por permitirnos vivir con alegría cada momento en familia, hasta los de las tareas que no son de matemáticas, y los de las comidas. Recordamos en todo momento tus sonrisas llenas de amor, tu manera de bailar, y tu timidez que quieres superar, y ser más abierto a los demás.     

Es el momento de darle gracias a Dios por los seres queridos. Por los momentos agradables que hemos pasado juntos. Somos una familia a la que Dios le dio cinco talentos y estamos trabajando unidos, para que cuando Él nos los reclame le podamos entregar diez o un poquito más.

Bueno Feli, hijo querido, disfruta tu día de reflexión, comparte con todos tus amigos, lucha porque el niño de hoy y el futuro hombre del mañana, cada día sean mejores. ¡Ah!, y cómete toda la comida.

Con nuestro amor, para nuestro hijo: mami y papi          

viernes, 17 de agosto de 2012


Hoy hace 15 años…  

Hola Felipe, se nos fue tu primera infancia, y nos llegó la segunda. Mejor dicho dentro de poco serás un preadolescente. Uno que ya sabe montar en bicicleta.

Feli, hoy -16/08/12- mami y papi estamos celebrando nuestros 15 años de casados, aunque llevamos 18 años caminando juntos. Fueron tres de noviazgo.

Y desde hace más de 18 años somos tus papás. ¿Sabes por qué el tiempo de papás se mide así?

Feli, porque Lic y yo, juntamos nuestros saberes y deseos en una pareja que ya lleva más de tres lustros de alegrías, emociones, encuentros y vivencias.

Porque lo soñado, lo anhelado no se alcanza al otro día. Los deseos se planean, no se dejan al azar. Tu no naciste de cualquier par de papás, nosotros no nos encontramos un día, y de buenas a primeras, y sin más, sin pensarlo; “Sin salabín”. Nació Felipe.

Feli: tu hijo querido, fuiste buscado, anhelado, ¡deseado!      

Ahora mami y papi vivimos nuestra misión de padres en medio de una dedicación cuyo meridiano eres tú, quien tiene una vida llena de compromisos que nos obligan –a los tres-, pero, además nos hacen más cercanos, y nos permiten disfrutar más nuestras vidas.

¿Por qué tu mamá es mi esposa?

Feli mijo, porque tu mamá es muy bonita, y al decir bonita también entra la palabra hermosa en la definición, pero esa no es la principal característica de mami.

Lic es bonita en su ser. Es esa campanita que nos despierta todos los días y nos anima a seguir viviendo con energía. Ella se goza la vida, siempre brilla con luz propia, y nos ha impregnado ese influjo vital que nos destaca, y nos permite darle gracias a Dios por lo vivido.

Somos alegres porque mami nos ha enseñado a ser entusiastas. Entonces Feli, vuelvo al principio. Hoy hace 15 años nos casamos mami y yo.

Feli, la unión entre un hombre y una mujer como papi y mami, da vida a seres tan maravillosos como tú, pero, recuerda: es el amor el que nos ha permitido vivir juntos y felices.

Felicidad no significa vida sin obstáculos, significa unión y entusiasmo para superarlos y poder seguir adelante.

Y amor sin respeto no existe. Mami y papi nos respetamos y por ello estamos seguros el uno del otro.

Los éxitos en nuestra empresa familiar: FLA, se deben a que andamos con los pies en la tierra, y sabemos de que estamos hechos. 

Por eso Feli, hijo querido, te invito a la fiesta de nuestro cumpleaños N° 15, en la cual seguirnos adelante, siendo protagonistas de nuestros momentos, de nuestras vivencias, y deseando que cada día, nuestro manifiesto sea la razón, y el ejemplo que te permita anhelar, algún día en tu vida, tener una mujer que te acompañe, y a quien acompañar.

Feli, papi y mami estamos al igual que tú, llegando a otra etapa de la vida, y es maravilloso para nosotros, y en especial para mí, saber que en mi vejez tendré a una mujer tan linda como mami a mi lado.

Feli hijo. Hoy mami y yo no sentimos el tiempo, confesamos que hemos vivido muy felices nuestra vida de casados.

Con amor le dedicamos a nuestro hijo nuestros quince.        

            

Mami y papi

jueves, 26 de julio de 2012

UNA HISTORIA DE NAVIDAD
En una navidad de la década de los 50, en medio de lo que se denominó “la época de oro de la radio”, estaban una mañana sentados “tintiando” en el café El Potro, (ubicado en Maracaibo con Sucre –Medellín-, y cuyo propietario era el cantante argentino Alberto Podestá) varios músicos, esperando que fueran las 11a.m, hora en la cual empezaba el ensayo del programa de la noche de la emisora La Voz de Antioquia, de Caracol, cuando ingresó al café el locutor y radio actor Hugo Trespalacios, quien después de saludar a la concurrencia le entregó al Maestro Manuel J. Bernal un papel en el que se leía: “De año nuevo y navidad, Caracol por sus oyentes, formula votos fervientes, de paz y prosperidad”.
Acto seguido el Maestro Manuel J. Bernal, pidió una hoja cualquiera en el café y, en ella trazó las líneas del pentagrama, y sobre éstas escribió la melodía, pidiéndole a su hermano el Maestro Alejandro Bernal que antes de comenzar el ensayo tocara en el piano lo que él había escrito en el café El Potro.
Cuando estaban tocando la melodía y cantándola, la escuchó el señor Alberto Toro Montoya, gerente de la emisora, quien de inmediato se entusiasmo con el mensaje navideño y le pidió al Maestro Manuel J. que lo grabara con las integrantes del trío de Las Estrellas conformado por: Liliam Bustamante y las hermanas Araque: Blanca y Miriam.
Así las cosas, la primera versión del mensaje navideño de Caracol se escuchó en la década de los 50, en las voces del trío de Las Estrellas, acompañadas al piano por el Maestro Manuel J. Bernal, quien compuso la música del mensaje navideño que le entregó el locutor Hugo Trespalacios.
Gmo. Alejandro Bernal R

lunes, 23 de julio de 2012


PEPE







Estábamos sentados conversando mi papá y yo acerca de la tristeza que embargaba a mi suegro por el fallecimiento de Tobi, su perro, y en medio del diálogo él me dijo:



-Eso de las mascotas es muy fregado. Imagínese que cuando éramos niños, teníamos un gato que se llamaba Pepe. El animal era tan mimado que se subía a las camas y dormía con nosotros, especialmente con Tina, quien lo mantenía cargado, pero ella se empezó a enfermar y no faltó el que le recomendara a mi papá que se deshiciera de él.



Un día mi papá cogió a Pepe y lo echó en un costal, se lo dio a un tío que vivía lejos y él lo soltó por allá en el monte. Nosotros nos sentimos muy tristes por la pérdida de Pepe. Y nos alegramos mucho, cuando una mañana al ir a la cocina a desayunar encontramos al gato todo flaco parado saludándonos. Inmediatamente Tina lo vio, lo empezó a cargar.



Pasó el tiempo, Pepe se recuperó de la flacura en que llegó y Tina siguió asfixiándose, y cargando el gato. Por eso mi papá le dijo a mi mamá que le echara agua caliente o que les dijera a los muchachos que le dieran con un palo, así según él, Pepe se iría.



Mi mamá le respondió que ninguno de nosotros iba a hacer eso, que sí quería pusiera a calentar el agua y él mismo se la echara, o sino, ella le prestaba la escoba y él lo molía a golpes. Nada de lo que propuso se hizo y Pepe siguió viviendo con nosotros; hasta el día en que nos visitó un compadre venido de Jericó. Una mañana nos levantamos y no estaba el señor, tampoco volvimos a ver al gato; esta vez Pepe no regresó y Tina…, no se alivió.







Galdjú Belrod


lunes, 9 de julio de 2012


FAREWELL



Dear friends.



Today is a very memorable day for all your families but especially for you. Therefore, I have taken the liberty of writing a few words that, perhaps some years later, you will read again and you will understand, not as a student, but perhaps as a parent.



A few days ago, I had the pleasure of watching an owl teaching her chicks to fly and I thought: as time goes by, one day she is going to teach them to hunt, and then, when they are strong enough and fully fledged, she is going to do something natural in her behavior, which is to leave them to fend and fly for themselves and to lead their own lives.



Today you take your first flight, under the watchful eye and the protection of your parents but, remember: from this day onwards, until the end of your productive live, you will fly on your own.



Obviously, with parents being parents, they will endeavor to ensure that your flying will be safe but, they cannot foresee the obstacles and challenges that you may encounter throughout your life. You may have to overcome them on your own, lest you take injudicious risks, in which case you will only have yourself to blame.



Be wise. This is the message that I wish to convey to you, on your graduation day. Be wise in making the decisions that will affect your life and the life of those close to your heart, your own family. Be wise and stay safe, to prosper and to enjoy good health. Be wise in the choosing of your friends. Be wise in the management of your assets and your time. Be wise and live your life to the full, in the knowledge that what you have achieved, so far, will meet most your expectations.



You have spent thirteen years, or more, getting the necessary knowledge in order to fly safely. In fact, you have been studying very hard, learning and acquiring the most important skills which will carry you through your student life.



Or are you, by any chance, going to get a job immediately after the school grants you your preparatory degree?



I do not think so. I think you will be looking forward to starting university.



What are you going to study?



This answer is important, because one day you will become a professional in a country where few young people have this opportunity.



Have you pondered over the fact that you are the privileged youngsters of today?



Take a look at your parents, your family. Remember all their efforts. Only parents who love their kids, do all they can to give their offspring the education and the opportunities that perhaps they never had.



The owl was nurturing her chicks with special, natural love. Your parents have been looking after you with a love that comes from the bottom of their hearts.



The owl cannot receive anything from her chicks. Your parents however are receiving today, one of the biggest presents that you, as a son/daughter, can give them: your preparatory degree.



A prize for you, for your parents, for all your family; for Colombia, the country where you live, that lies in wait for the fruits that this wonderful education, which the Colegio Canadiense has given you and which hopefully will help improve the lives of its citizens.



Remember, your degree is the key that will open the “hope” door. Your future is in your hands, take good care of it. Do not throw all this effort away.



My friends, pay attention, please. Do the best you can at university because you are the people that my son, who is following in your steps, will wish to emulate.



¡Congratulations!





G. Alejandro Bernal R



Written by: G. Alejandro Bernal R

Revisited by: Dr. Orlando Gonzalez M
  

jueves, 5 de julio de 2012


NINO





 En ese instante su corazón dejó de latir en forma pausada y comenzó de improviso a palpitar como si mil caballos arremetieran en estampida, era una sensación que pocas veces había experimentado. De repente su pecho se hizo demasiado pequeño para soportar los impulsos emitidos por un órgano que en él, era ajeno a estás emociones.



Ante el anuncio, la multitud notó su presencia y miles de ojos escrutadores situaron como único objetivo su ser. En un asomo de timidez quiso correr pero sus piernas no respondieron; sólo se paró y se quedó quieto mirando los ojos de esos, tal vez miles de seres venidos de quién sabe dónde, que lo miraban como miran los gatos en la oscuridad; no los escudriñaba, no veía a ninguno en particular. Estaba en una situación que su mente, sólo ante el reto propuesto, recordó haber vivido; pero el tiempo de esa vivencia hacía tanto que había pasado que, de no ser por la mezcla explosiva generada por la taquicardia, la palidez, la falta de saliva y la sudoración incontrolable en las palmas, su memoria no hubiera recordado lo sucedido en una ocasión similar.



Ya era un recuerdo la adolescencia, en la cual esa pobreza no tan sentida de la niñez, se había hecho exageradamente manifiesta. Ser pobre entre personas acaudaladas ya no era pobreza, era miseria, pensaba y así se sentía. Hasta el día que ese don, oculto a los ojos de quienes acompañaban su rutina diaria, tuvo la oportunidad de demostrar que no todo en Nino era feo, sucio o viejo.                         



Nadie en ese entonces podía imaginar que su disciplina de los años infantiles, acompañada de una destreza brindada sólo a las almas buenas, podría un día cambiar las muchas incomodidades causadas por la ignorancia de un sacristán, quien ajeno a las traducciones latinas, escribió en la partida de bautismo el nombre pronunciado por el reverendo en latín y no el dicho por el padrino en castellano; el niño que debía llamarse Julio Alejandro, sumó con el Alejandrinus, un complejo más al hecho de ser flaco, narigón, pequeño y ahora sentidamente pobre, pobrísimo entre unos que eran ricos.



Alguna vez en la vida supo Nino que su padre hubo de acudir en un mismo día al funeral de una hija en la mañana y al bautizo de un hijo en la tarde. Su madre, quien acababa de perder a Marta por la disentería que por épocas, inmisericordemente arremetía matando los niños, le confesó que sintió más intenso el dolor y fue más el llanto por la noticia del nombre de su hijo, que por la tristeza de perder una hija.



Y así como se pierde de la memoria lo que antes era un recuerdo, así en ese hogar Alejandrino desapareció para siempre; nunca más en su casa o sus alrededores Nino volvería a oír su nombre de pila, hasta el día en que además de padecer la vergüenza de escucharlo, sufrió porque le recordaron que, amén de escuálido, narizón y liliputiense, era paupérrimo, características que sumadas le hicieron sentir un ser espantoso.



Nino llegó al mundo de los lujos y las comodidades como llegan las fortunas a algunas manos: “por un golpe de suerte”. Con un ajuar confeccionado con los vestidos heredados del hermano mayor, arribó a una ciudad que apenas conocía de nombre. Su llegada no estuvo acompañada de fanfarrias, se sujetó al reconocimiento tácito, no sentido, de un favor solicitado.   



En su nuevo mundo, la vida de Nino transcurría en medio de la monotonía, hasta el día en el que al dejar de patear el viento escuchó unos sonidos familiares, tan conocidos que en su mente no recreó un recinto como el visto minutos más tarde, sino la pieza del armonio, donde pasó los años de esa infancia ya lejana y tantas veces pedaleó los fuelles, al ritmo requerido por la melodía.       



Mientras caminaba, cada vez más rápidamente, no percibía esa sensación que años más tarde lo volvería a acompañar; sus ojos brillaban, su corazón palpitaba en frecuencias cercanas al delirio y su mente empezó a ordenarle a los dedos de la mano izquierda, la realización de los acordes necesarios para armonizar en re menor la melodía que, en una mano derecha, no tan hábil como la suya, repetían incesantemente el mismo error en la primera corchea del segundo tiempo del vigésimo compás.

La melodía no le era conocida, sólo sabía el tono de esa obra en la que los diecinueve compases iniciales parecían proponer una pieza musical que él, antes de llegar al salón donde la interpretaban, había catalogado como una marcha.           



Sin darse cuenta de lo andado, terminó su camino al frente de una puerta verde de dos alas, la derecha permanecía abierta, la izquierda cerrada. Desde el ala libre se podía ver un salón cuadrado con una ventana que estaba al frente de la entrada, separada de ésta por seis metros de baldosas llenas de arabescos, tan brillantes que reflejaban la luz filtrada por la reja que daba a la calle.



En la pared de la derecha estaba el piano de salón con su espléndida caja acústica en cuyo frente descansaban dos candelabros y en su centro estaba la ventana de vidrio, permitiendo ver los martillos pulsados golpeando cada uno  las cuerdas creadoras de sonidos y debajo de ésta el teclado. Rematando la estructura, a centímetros de rozar el piso, asomaban los pedales de cobre, brillantes en la punta, más el derecho que el izquierdo; su majestuosidad contrastaba con la sobriedad de los otros elementos del salón: una silla casi perdida en la esquina y una lámpara colgada del techo, que ante la luminosidad solar se hacía a esa hora del día innecesaria.

 

Nino dejó entrever su figura escuálida a través del ala abierta y fue sorprendido con un ¿qué hace acá?, preguntado desde adentro por un señor cuyo castellano tenía una pronunciación antes no escuchada por él; además, tenía una ofuscación que se incrementaba con cada una de las equivocaciones de su discípulo.



El muchacho lo miró decidido, como hacía mucho tiempo había deseado estarlo, con unos ojos que para la ocasión habían dejado de estar ocultos entre los parpados y se habían convertido en dos expresivas bolas brillantes, y una voz acompañada de la seguridad sólo sentida por quien tiene ante sí el conocimiento pleno de la respuesta. Valiéndose de todo su coraje respondió: ¡Yo toco piano!



El profesor lo recorrió con la mirada entre incrédulo y molesto, y ante el silencio que invadió el salón, porque el aturdido intérprete inmediatamente dejó de tocar, se oyeron en un minuto dos frases con acento francés:



 - joven, retírese del piano y deje sentar a este joven.



-Joven, toque.-indicándole a Nino el sitio donde éste estaba.



Nino se aproximó al piano como llevado de la mano por un ángel. Se sentó con una propiedad ajena a la timidez de los días previos y ante la duda que se le presentó, sobre que interpretar, comenzó de una vez la obra que tenía en frente, ejecutó la marcha que veían sus ojos.



Sus dedos hábilmente digitaban cada una de las notas escritas en los pentagramas. Sin darse cuenta pasó por el vigésimo compás pulsando el fa natural que el intérprete anterior no había podido encontrar en sus múltiples intentos por tocar Amanecer, la marcha que luego de tres minutos Nino, como si hubiera estado tocándola desde su infancia, había finalizado.                       



Antes de que se acabara de escuchar la marcha, empezaron a vivirse en el salón emociones diferentes.



El profesor de piano, en éxtasis, ajeno totalmente al malestar que cinco minutos antes sentía, aplaudía y brincaba diciendo en su peculiar forma de pronunciar el español:



-Bravo, ¡bravísimo!, ¡qué maravilla!, usted joven no toca piano.  ¡Usted es un artista!



El joven estudiante de piano, estático, con la mirada del que acaba de ver un milagro, la boca abierta y la incredulidad de lo vivido, le preguntaba a Nino:



-¿Usted cuánto hace que está estudiando esa partitura? 



Y Nino, quien se sentía feliz, como cuando su mamá iba al cuarto del armonio, lo escuchaba, lo aplaudía, y le decía: -Nino, tu serás un artista famoso; -miraba al ayo y con la cabeza afirmaba lo que el francés decía.



Segundos más tarde, atendiendo al requerimiento del estudiante le respondió:

-yo no conocía esta pieza musical, es la primera vez que la veo y la interpreto.



Respuesta a la que el escolar no le brindaba credibilidad alguna, menos aún, después de hacer remembranzas sobre la semana que había pasado intentando acoplar con las dos manos lo que con manos separadas le había parecido muy difícil de interpretar.



El maestro volvió a hablar y dijo: -usted, joven, -señalando al educando-, retírese tranquilo, no tiene que seguir estudiando esta obra.



-Usted joven artista, -dirigiéndose a Nino-, permítame conocer su repertorio; por favor continúe tocando el piano.



Nino, esta vez preguntó: -¿qué toco?



El docente respondió: -lo que guste.



Nino interpretó a los clásicos. Mientras tocaba el piano recordó las palabras de su padre y primer maestro: -interprete siempre fielmente la partitura. –Y así lo hizo-, recibiendo más elogios del entusiasmado europeo.



Una hora después, del energúmeno que alguna vez estuvo al borde del colapso no quedaba ni el recuerdo, el profesor de piano sentía completamente solucionados los inconvenientes que horas antes le eran infranqueables. Estaba convencido de que en la reunión anual de los Caballeros del Santo Sepulcro no sólo lo iban a ratificar como corista y maestro de ceremonias para la siguiente Semana Santa y demás solemnidades sacras del año litúrgico, sino que también le iban a elogiar sus dotes docentes al presentar a Nino como su pupilo.



-Joven, ya puede dejar de tocar, -le dijo el profesor, y acto seguido le preguntó- ¿cuál es su nombre?



 -Alejandrino, señor, pero todos me dicen Nino. -Respondió el intérprete.



-Nino, -replicó el francés-. Oh la, la, un nombre sonoro y más fácil de pronunciar para mí. Yo también le llamaré Nino.     



El día que Nino se presentó como solista ante los más connotados miembros de la sociedad fue inolvidable. Vistiendo un traje azul oscuro, nuevo, confeccionado a su medida por el mejor sastre de la ciudad, acompañado de una camisa blanca, que servía de fondo a una corbata de marca y zapatos de moda, negros, relucientes, se presentó ante el público. Su figura gallarda no guardaba ninguna semejanza con ese ser que sólo los recuerdos conservaban.



Se sentó frente al piano de cola y con destreza artística deleitó a los asistentes.

Cuando terminó su actuación, aún sentado frente al instrumento, comenzó a soñar despierto y el salón de actos se convirtió, en el ensueño, en un gran teatro abarrotado de espectadores, donde todos los medios de comunicación estaban expectantes ante el anuncio que en unos segundos el presentador haría del ganador del más importante concurso de compositores e intérpretes de música.



Su fantasía lo tuvo abstraído totalmente de la realidad por unos instantes, a tal punto que cuando regresó a ella, notó sus manos empapadas en sudor, su corazón comenzando a recuperarse de una taquicardia jamás sentida y en su cara una palidez semejante a su camisa.



Traído al salón por los aplausos, se paró del banco del piano, no veía a nadie en particular, sólo miró al frente, dobló la cintura, hizo una venia e incorporándose pronunció la palabra gracias.



Mientras recibía los aplausos sonreía…, recordaba que antes de regresar de su frenético sueño, había escuchado al presentador decir:



“El ganador del concurso de compositores e interpretes de música es…



 ¡NINO!”.



Galdjú Belrod.

Mi primer escrito, tipo cuento . Dedicado a mi papá. 13/07/2008

viernes, 29 de junio de 2012


MARIO NUNCA TUVO SUERTE



En realidad, verse abocado al diagnóstico que le estaban comunicando, no era lo peor por lo que había pasado en su existencia. Hijo de la mala fortuna, Mario había transitado por la vida sin encontrar un verdadero descanso.

Poco sabía de su infancia, al fin y al cabo el día en que pusieron la bomba en el oleoducto hubo mucha confusión, y él, recién acogido por unos parientes que apenas si alcanzaron a terminar el rancho, no era bien conocido por la comunidad que habitaba ese caserío.

 A sus cuatro años de vida, era la segunda vez que salía ileso de las recogidas que hacía la parca. La primera vez sólo el lanchero y él salieron a flote después de que la chalupa en que viajaba con su familia chocó contra el lomo de uno de los hipopótamos que se habían escapado de la hacienda Nápoles.

Nadie se explica cómo llegó a la orilla, y cómo no fue atacado por los caimanes que no perdieron la oportunidad que les entregaba el irónico acontecimiento. Sólo con las primeras luces del día se vio el resultado de lo sucedido. Tirones de ropa flotaban ensangrentados, golpeando la orilla del rio. Los gallinazos se comían todo lo que encontraban, y aun así, ninguno de los ovíparos le prestaba atención al niño.

Mario fue llevado al poblado más cercano donde conoció a los periodistas. Vio reflejarse el sol contra los lentes de las cámaras; se encegueció cuando éstos le lastimaron los ojos, y lloró. Lloró tanto que por eso los funcionarios del Instituto de Bienestar Familiar se dieron cuenta de que existía.

Una funcionaria del instituto, tal vez sin saber que lo que hacía sólo empeoraría la triste vida del niño, se fue rio arriba preguntando quién conocía al menor que aparecía en la foto.

Fue así como encontraron a Octavio y Petrona, dos seres maduros, ajados por el sol, que conocían muy poco de hijos. La única experiencia que habían tenido fue con una hija de crianza que se largó con un guerrillero cuando apenas tenía doce años, y de ese suceso ya habían pasado dos lustros. Ya ni se acordaban de lo acontecido.

El muchachito que en ese momento les mostraban era el hijo de Rogelio, el primo de Octavio. Éste inicialmente negó conocerlo pero, minutos después cambió de opinión y le contó a la funcionaria todo lo que sabía de él.

Es que se acordó de un solar que tenía cerca del caserío, y que sembraba con maíz y con yuca, era el que pensaba vender cuando el negocio vecino, la cantina donde llegaban las putas, necesitara más espacio.

Inmediatamente vio el negocio. Ese mocoso en dos años ya podría cargar el porta comidas y en cinco, sería capaz de “voliar” peinilla y azadón.

Por eso lo aceptó,  no por cariño sino por ambición. Cuando el niño llegó al rancho recibió a punta de golpes las lecciones que le enseñaron a no llorar por hambre, y a salir al corral de las gallinas a realizar sus necesidades fisiológicas.   

Fue en esos días cuando Octavio decidió construir el rancho en la invasión. A esas tablas temblorosas y mal pegadas llegaron una semana antes del  incendio causado por la voladura del oleoducto que dirigió La Mala, una guerrillera criada en la región, jovencita, como de 22 años.

Era sábado. Ya estaba oscureciendo. El niño estaba tan sucio y mal oliente que Petrona, en uno de los pocos momentos de ternura que tuvo con él, lo cogió de la mano y se lo llevó para la orilla del rio. Ya iban llegando cuando ella se acordó del jabón. Sentó al niño en una piedra de lavar y se devolvió. Estaba esculcando entre los trastos de la parte del rancho donde tenía el fogón, cuando Octavio desde la hamaca le gritó: -Negra hijueputa dejá dormir.

Fue lo último que Octavio dijo, y Petrona oyó. Luego hubo algunos gritos.   

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Mario estaba medio dormido por los medicamentos que le suministraban, sin embargo intentó incorporarse para escucharle atentamente al médico todo lo que éste le decía. El doctor en un tono muy serio y respetuoso le estaba contando lo que le había sucedido en los días anteriores, y que pensaban hacer con él en los días ulteriores.

En un principio el pobre hombre ni comprendió porque lo iban a operar.

-Dotor, yo vine a que me sacaran un quiste de un riñón.  –Dijo-, sin darle crédito a lo que acababa de oír, ahora uste me ice que me a trasplantar. ¿Qué es trasplantar?   

Mientras el galeno buscaba la forma de expresarle sus conocimientos al campesino que lo miraba con la incertidumbre saliéndosele por los ojos, le fue dando al paciente un dolor de esos que vienen del alma. El sudor  le empapó la camisa y no alcanzó sino a dejar en la habitación un grito desgarrador que fue silenciado por una dosis de morfina.

De pronto Mario se vio otra vez caminando por la selva, esa selva que fue su casa desde que los indígenas lo encontraron en el rio y se hicieron cargo de él.

Empezó a decir frases en el dialecto que aprendió en la manigua. Corrió por entre los bohíos, se rió, alcanzó a vivir la belleza de la adolescencia femenina, y súbitamente se estremeció. Volvió a gritar con toda su fuerza y abrió los ojos dejando ver una cara de terror tan siniestra que todos los que estaban en la habitación quedaron impactados.

-¡Miban a matar! –Gritaba-, mientras intentaba moverse a pesar del dolor que el abdomen operado le producía.

-¡Miban a matar!, -volvía a repetir en medio de las alucinaciones.

Cuando por fin volvió en sí, le contó la visión al médico:

-Imagínese dotor que siendo yo ya mozo, como de quince años, jui a un convite en el cual los indios bebían y fumaban, casi no dormían, bailaban y bailaban, sólo paraban para beber y volvían a empezar. Al comenzar  la segunda noche, oi decir: -este es el momento. Antes de que salga el sol debemos haber matado al negro.

En ese instante vi mi cuerpo más negro que de costumbre, miré pa toos  laos y no encontré ni una cara amiga. Toos taban listos pa convertirse en asesinos.

Sería del susto, o yo qué sé, que me metí los dedos boca dentro, como si fuera a arrancarme el gasnate y empecé a gomitar con sangre.

-Jue lúnico que a yo se me ocurrió pa que naide sospechara de mi ida. Me metí selva dentro y apenas me sentí solo, me largué a correr. Corrí y corrí. Cuando taba cansao caminaba. No paré, no dormí.

Cuando amaneció vi unos muleros, me les arrimé y antes de deciles  alguna palabra me les desmayé.

Ese día el médico vio a Mario tan fatigado que decidió contarle en forma abreviada lo que le iba a pasar. Ya habría tiempo –pensó- para profundizarle las explicaciones. Por ahora lo importante era sacarlo de ese marasmo iatrogénico que lo estaba matando.

Al fin y al cabo no era tan fácil para un campesino montaraz, entender que por un sinnúmero de complicaciones, lo que iba a ser el drenaje de un quiste, se había convertido en la pérdida de un riñón, la cola de páncreas y medio intestino delgado.  



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Tres días después de aquella conversación Mario se sintió atravesado por una vara. Algo desgarraba su garganta. Se sintió invadido en sus entrañas. Quería hablar pero no podía.

Aunque no comprendía lo que pasaba a su alrededor, oía voces: Entre nubes, veía cuerpos humanos que se movían, y de vez en cuando escuchaba una voz que le decía: -Mario tranquilo, le fue muy bien en el trasplante. ¡Abra los ojos! Estese tranquilo, ya lo vamos a extubar.    

De pronto comenzó a caminar sin premura, aunque oía muchos gritos nada lo asustaba. Se paró de la cama, salió caminando. Cuando estaba en el corredor de la habitación, miró y vio al doctor, ahora el de la cara desencajada y el terror en los ojos era él. Se le acercó a Mario pero éste lo esquivó. Él lo intentó coger con una mano, luego con las dos, pero Mario se le zafó.

-¡Esta vez no dotor! -le dijo Mario-, y salió corriendo. Sentía que su corazón le sonaba como un cúmulo de tambores en los oídos. El médico salió corriendo detrás del él pero no lo pudo alcanzar. Súbitamente todo se fue quedando en paz. Mario se les escapó. Ya no tuvo que hablar. Silbó. Sintió como las guacamayas que veía pasar por la habitación del hospital se le acercaban. Voló. Volvió a su manigua de la infancia.

Mientras tanto el médico se descalzó los guantes, se quitó la mascarilla, miró con mucho desconsuelo a sus ayudantes y les dijo: -Pobre hombre, que vida tan sufrida la que tuvo.

Después, mientras firmaba el certificado de defunción, se quedó pensativo y soltó una idea al aire como para que todos los escucharan: -¡Que carajada! Me pongo a pensar en la vida de este hombre y no me queda más remedio que decir que: Mario nunca tuvo suerte.  



Galdjú Belrod

Medellín, 19/10/10