lunes, 23 de julio de 2012


PEPE







Estábamos sentados conversando mi papá y yo acerca de la tristeza que embargaba a mi suegro por el fallecimiento de Tobi, su perro, y en medio del diálogo él me dijo:



-Eso de las mascotas es muy fregado. Imagínese que cuando éramos niños, teníamos un gato que se llamaba Pepe. El animal era tan mimado que se subía a las camas y dormía con nosotros, especialmente con Tina, quien lo mantenía cargado, pero ella se empezó a enfermar y no faltó el que le recomendara a mi papá que se deshiciera de él.



Un día mi papá cogió a Pepe y lo echó en un costal, se lo dio a un tío que vivía lejos y él lo soltó por allá en el monte. Nosotros nos sentimos muy tristes por la pérdida de Pepe. Y nos alegramos mucho, cuando una mañana al ir a la cocina a desayunar encontramos al gato todo flaco parado saludándonos. Inmediatamente Tina lo vio, lo empezó a cargar.



Pasó el tiempo, Pepe se recuperó de la flacura en que llegó y Tina siguió asfixiándose, y cargando el gato. Por eso mi papá le dijo a mi mamá que le echara agua caliente o que les dijera a los muchachos que le dieran con un palo, así según él, Pepe se iría.



Mi mamá le respondió que ninguno de nosotros iba a hacer eso, que sí quería pusiera a calentar el agua y él mismo se la echara, o sino, ella le prestaba la escoba y él lo molía a golpes. Nada de lo que propuso se hizo y Pepe siguió viviendo con nosotros; hasta el día en que nos visitó un compadre venido de Jericó. Una mañana nos levantamos y no estaba el señor, tampoco volvimos a ver al gato; esta vez Pepe no regresó y Tina…, no se alivió.







Galdjú Belrod


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