PEPE
Estábamos sentados
conversando mi papá y yo acerca de la tristeza que embargaba a mi suegro por el
fallecimiento de Tobi, su perro, y en medio del diálogo él me dijo:
-Eso de las
mascotas es muy fregado. Imagínese que cuando éramos niños, teníamos un gato que
se llamaba Pepe. El animal era tan mimado que se subía a las camas y dormía con
nosotros, especialmente con Tina, quien lo mantenía cargado, pero ella se
empezó a enfermar y no faltó el que le recomendara a mi papá que se deshiciera de
él.
Un día mi papá
cogió a Pepe y lo echó en un costal, se lo dio a un tío que vivía lejos y él lo
soltó por allá en el monte. Nosotros nos sentimos muy tristes por la pérdida de
Pepe. Y nos alegramos mucho, cuando una mañana al ir a la cocina a desayunar
encontramos al gato todo flaco parado saludándonos. Inmediatamente Tina lo vio,
lo empezó a cargar.
Pasó el
tiempo, Pepe se recuperó de la flacura en que llegó y Tina siguió asfixiándose,
y cargando el gato. Por eso mi papá le dijo a mi mamá que le echara agua
caliente o que les dijera a los muchachos que le dieran con un palo, así según
él, Pepe se iría.
Mi mamá le
respondió que ninguno de nosotros iba a hacer eso, que sí quería pusiera a
calentar el agua y él mismo se la echara, o sino, ella le prestaba la escoba y
él lo molía a golpes. Nada de lo que propuso se hizo y Pepe siguió viviendo con
nosotros; hasta el día en que nos visitó un compadre venido de Jericó. Una
mañana nos levantamos y no estaba el señor, tampoco volvimos a ver al gato; esta
vez Pepe no regresó y Tina…, no se alivió.
Galdjú Belrod
No hay comentarios:
Publicar un comentario