jueves, 4 de abril de 2013


EL CLARINETE DEL VIEJO LUCHO

 

Antonio era uno de esos niños costeños vivaracho, extrovertido, entrador, que no tenía obstáculos que le impidieran ser feliz,  tanto así que el único escollo que tuvo para aprender a interpretar la trompeta, lo solucionó persiguiendo al viejo Eladio por cuanta parte del pueblo él se presentaba.

 

Al viejo le cayó en gracia el mocoso por atrevido y desenvuelto, por eso no sólo le prestó su instrumento, sino que además se lo enseñó a tocar, y cuando ya vio cercana a la parca, se lo dejó de herencia.

 

Fue con esa trompeta con la cual salió a recorrer, primero todo su pueblo y después los demás municipios de Bolívar.

 

Fue estando en Cartagena donde conoció a los integrantes de la Sonora Tropicana, y se unió a ellos en su correría por las ferias del país.

 

Estaban en una de esas ferias bonitas del interior, cuando conoció a Susana, una persona que lo marcó para toda la vida, y lo puso a vivir bueno con su mujer.        

 

La noche en que la conoció era de sábado, en los primeros meses de 1968.

 

Eran las 8.30 p.m. cuando el animador anunció la presencia en el escenario de la sonora Tropicana. Los músicos comenzaron la tanda con: “Sal si puedes”. El público respondió de inmediato. La pista se llenó de parejas que, entusiasmadas bailaban al son de la orquesta más importante del momento.

 

Todo transcurría según lo programado, hasta el inicio del primer descanso, cuando Antonio, aprovechando esos minutos, salió a la terraza del club a fumarse un cigarrillo. Allá vio varias parejas que reían y celebraban con entusiasmo la mejor fiesta de la feria. También vio a una dama de talle singular que inexplicablemente estaba sola.

 

Al comenzar la segunda tanda, Antonio se acomodó en la tarima de tal manera que pudiera divisar toda la concurrencia.

 

Después de unos minutos de búsqueda, logró identificar a la joven. Se dio cuenta que estaba en una mesa cercana a la de la orquesta, adicionalmente vio que estaba sin parejo. En ocasiones bailaba con algunos jóvenes, pero después regresaba a su mesa a esperar que alguien la invitara de nuevo a la pista de baile.

 

Terminada la segunda tanda de la orquesta, el músico descargó su instrumento sobre el asiento, y en menos de un minuto estuvo en la terraza, esperanzado la oportunidad para ofrecerle un cigarrillo a la dama que lo inquietaba.

 

Durante la tercera tanda, Susana y Antonio ya no eran unos desconocidos, eran unos amigos recientes que disfrutaban saludándose con venías y miradas insinuantes, que eran correspondidas con interpretaciones musicales dirigidas a la musa.

 

Para el cuarto descanso, el músico y su amiga compartían mesa y sonrisas. Antonio llevado por el entusiasmo del momento, le informó al mesero que él se haría responsable de la cuenta, a pesar de que el champán que estaba  bebiendo la dama fuese muy costoso.

 

En medio de la quinta tanda, Antonio recorrió toda la orquesta buscando el dinero que le permitiría solventar los gastos en que estaba incurriendo, ¡y en los que iba a incurrir!

 

Con su acento costeño, y su peculiar “eche”, consiguió prestados los pesos para disfrutar lo que iba de la fiesta y lo que faltaba de ella.      

 

-“Eche compa, préstame unas barras y mañana te comparto el cuento. Con lo del toque te lo pago”.

 

A las 2 a.m. se despidieron los músicos. Antonio le encargó a Pepe Pimiento, su compañero de cuarto, la trompeta, y salió de gancho con Susana, mujer esplendorosa que había despertado la admiración de todos en el conjunto, y la envidia de varios de sus integrantes, sobre todo después del beso apasionado que le había brindado al culminar la orquesta su presentación.        

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Eran las 11 de la mañana del domingo, cuando ingresó el director de la orquesta a la habitación de Pepe y de Toño, preocupado por los comentarios de los demás músicos durante el desayuno.

 

Según había oído, Antonio no había parado de vomitar, y de cepillarse los dientes y la boca desde su arribó al hotel.

 

Cada vomitada suya, hacía que sus compañeros se rieran con más ganas, acompañando las carcajadas de comentarios sarcásticos y mal intencionados que empeoraban las maltrechas condiciones en las que se encontraba el trompetista. 

 

Y no era para menos. La noche del sábado había sido larga y bastante movida, hasta el momento en el que Antonio en medio de la emoción, los besos y las caricias, justo cuando iban a ingresar a la habitación, decidió profundizar en sus anhelos y se encontró con una sorpresa que los dejó a los dos sin aliento.

 

Fueron pocos los segundos que les duró el aturdimiento. En ese instante Toño no supo que hacer primero.

 

Al reaccionar se apuró a retirar las manos de ese cuerpo que minutos antes era tan deseado. Se limpió los labios, como tratando de desaparecer el sabor que ya se le había impregnado, y rechazar lo que antes había buscado.

 

Se le fue pasando la borrachera y le fue empezando un dolor de cabeza que le penetraba en forma pulsátil el cerebro.

 

Ya no sabía como llamar a ese ser que lo miraba asustado y trataba de protegerse de una agresión física que nunca se presentó.

 

Antonio afanado, intentó salir de la incómoda situación en la que se encontraba. Sacó la llave de una chapa que no abrió nada, agarró el saco y la corbata que estaban en el suelo, y corrió escaleras abajo.

 

Al llegar el músico a su habitación, Pimiento, quien apenas se estaba durmiendo, prendió la luz, se sentó en la cama, y le preguntó:

 

-¡Aja compadre! , ¿y qué fue la vaina? ¿Por qué llegaste tan pronto?

 

Intuyendo la causa de su malestar, Pepe le dijo con aire de mofa a su compañero: -no me vengas a decir compadre que, ¡semejante tronco de vieja!, tenía una mondá más larga que el clarinete del viejo Lucho.          

 

Galdjú Belrod

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