COMO LOS DOS LADOS DE LAS MONEDAS
Las
filas en los bancos los días posteriores al pago de la quincena son insoportables.
Uno no debería estar sometido a este
tipo de vejámenes.
De
pronto caigo en la cuenta del lugar donde estoy: un banco. Y comprendo que voy
como un desalmado, avanzando paso a paso en una fila que parece interminable.
Miro para los lados y veo que todos tenemos la misma cara de terneros
huérfanos. Los más precavidos ingresaron con un periódico que, por más extenso
que sea, sucumbe ante esta tortura.
-¿Y
cómo le habrá ido a mí niña en su recorrido hasta la universidad? –Me pregunto
con mucho susto-. Hoy fue la primera vez que condujo sola hasta allá, se fue en
el carrito que comparte con su hermano, no
pude convencerla de que no lo hiciera, ¡qué cosa tan horrible! Me derrotaron en
gavilla.
Yo
no quería que ella se fuera conduciendo por entre esos buses manejados por
atorrantes sin juicio que creen, o mejor dicho, ¡no creen en nada! Están
seguros de que alguien los espera en el infierno, y por eso corren como almas
que le huyen al diablo.
En
verdad no deseaba prestarle el carro pero, ¿quién se la aguantaba? -¡Papi,
déjame ir en el carro para la universidad! –Me decía la niña-, mientras me
miraba con esos ojitos llenos de ternura.
-Mija
venga yo la llevo en la camioneta –le decía-. Pero la mamá la secundaba en la
súplica.
–Mijo
deje que la niña vaya en el carrito a la universidad, vea que las compañeritas
ya están yendo a estudiar en los carros de la casa.
El
único que comprendía mi angustia era Andrés. Él sí me apoyaba, diciéndole a la
niña que no se fuera manejando por entre esa cantidad de buses. Que si quería
él la llevaba.
-¡Ese
muchacho si me entiende! –pensaba yo.
Pero
no. ¿Quién se aguanta a dos viejas jodiendo? –Papi ¿sí? –Decía la una.
–Mijo, déjele llevar el carrito -decía la otra.
Y yo
no pude controlar tanta súplica. Terminé diciéndole que sí a la niña, y vea,
ahora estoy en este banco, en esta fila que no avanza, pensando en ella. ¡Qué
angustia!
Justo
cuando salía de ese tormento, después de casi dos interminables horas de fila,
me llama el conductor de la tractomula número cuatro y me informa que está varado.
¡Precisamente
se vara la única mula a la que no le debía pasar nada! –pensé.
Ese
flete tiene clausula de entrega. ¿Entonces? Menos mal la mula número uno ya
estaba descargada.
-Hombre,
¡definitivamente estos celulares lo sacan a uno de unos problemas! –me decía y
mismo.
Logré
coordinar por teléfono que el conductor de la mula número uno se fuera a
encontrar al de la mula número cuatro, y que la grúa saliera a ayudarlos.
Necesitábamos mover esa carga antes de que se nos hiciera tarde y nos activaran
la multa por la demora.
Gracias
a Dios la mula quedo en una bahía que hay a la entrada de un motel, sin hacer obstrucciones
en la vía.
-¿Y
para dónde voy yo un lunes a las 10 de la mañana? Para la puerta de un motel
pero, no a fisgonear quién entra y quién sale, sino a desvarar una mula.
No
todo en la vida de uno es felicidad. Ya el problema de la carga que teníamos
que entregar me había hecho olvidar el susto por el viaje de la niña hasta la
universidad, cuando; mientras parqueaba el carro, ahí junto a la mula varada,
me da por mirar para la puerta del motel, ¿y qué alcanzo a ver? La parte de
atrás del carrito de los muchachos.
Cómo
sería la cara con la que me bajé, que el conductor de la mula me dijo: -jefe no
se estrese que no son ni siquiera las once de la mañana y el contenedor tiene
que estar en esa empresa hoy antes de las cuatro de la tarde. Así que no es sino
que la grúa venga, cambiamos los cabezotes, y ella se lleva la cuatro. En menos
de dos horas solucionamos el problema. Según mis cálculos no nos quedan pendientes
más de 30 kilómetros de recorrido.
¿Y
cómo le decía yo al conductor de la cuatro que el problema de la carga acababa
de pasar a segundo plano? Ahí, en mis
narices, ese noviecito del carajo, con risita de yo no fui, tan bien puestecito
el vergajo éste, se me estaba comiendo la niña.
¡La
niña! Si ella apenas acababa de cumplir los 18. Yo sé que en esta época no se
cuidan virginidades ni nada de esas cosas pero, la niña está muy chiquita para
estar yendo a moteles, y menos a las once de la mañana, cuando se supone que
debería estar estudiando.
Hombre
¿Y sí se estarán cuidando? ¿Con qué estará planificando la niña? ¿Si sabrán que
el condón se pone desde el principio?
¡Esta
situación si es muy estresante! Me provoca entrarme a ese motel. ¿Pero a qué?
¿A sacarlos del pelo o a darles consejos?
-Ve
mijo, parquéate bien esa mula, de manera que cuando llegue la grúa no sea sino cambiar
lo necesario, alzar la varada y, seguir el camino, para que entreguemos la
mercancía a tiempo. –Decía yo ahí afuera, mientras mi mente estaba allá adentro.
¿Y
yo con qué cara voy a mirar a la niña esta noche durante la comida? ¿Y qué hago
con el noviecito? Yo llego a la casa y hablo con la Mona ¿Y qué le digo? Mona
ve, vos que decías que ese noviecito de la niña era encantador. ¡Encantador!
Pero de serpientes. Esta mañana se estaba comiendo a la niña y nosotros
pensando que los dos no se cogían una mano porque no tenían tiempo sino para estar
estudiando. Estudiando si pero, pura anatomía comparada.
-¡Patrón!
-Me dice el de la grúa con ese acento bien chambón que se manda- deje que yo engancho
ese cabezote en un ratico y nos vamos, para que tengamos tiempo de jartarnos el
almuercito y ver las noticias. No ve que hoy muestran los goles.
Yo
con esta angustia que me carcome el alma y este otro atorrante pensando en
“jartar” y en ver goles. -Haga las cosas con juicio y bien concentrado a ver si
nos vamos todos a seguir las tareas del día. –Le respondí-, de manera que no sonara
descortés el comentario, y no me siguiera la charla.
Hoy
no estaba para aguantar “chanchonadas”. –Pensé, y seguí el trabajo en silencio.
Gracias
a Dios la desvarada fue fácil y antes de la una, como había dicho el Chancho,
la mula número uno seguía su curso con el contenedor, y la grúa se llevaba la
cuatro para el taller. Y yo volvía a la angustia de mi niña.
Era
mejor que Andrés la hubiera llevado a la universidad –me repetía mientras
manejaba-. Por lo menos si ese carita de santo quiere estar con la niña que le
pida el carro al papá pero, que no ponga en evidencia el carrito de los
muchachos. Que haga como hacía yo, cuando le decía a mi papá que me prestara el
carro para irme a jugar billar con los amigos. Y el juego aunque si era de taco
y bolas, no era en un billar, terminaba siendo en un motel con la Mona.
¡Ja!
Me acuerdo y me da risa, ahorrar todo un mes, no sólo dinero, sino también
ganas, para poder irme con la Mona para un motel. ¿Y quién estará pagando la
cuenta? Ahora no faltaba más que yo sea él que además de estar poniendo el
carro y a la niña este pagando el programita.
¿Y
qué le digo yo a la Mona? Pues le digo lo que le tengo que decir pero, ¿Cómo le
cuento a la Mona, ¡a la Mona mamá! que, su niña esta de rumba en un motel?
No
oí ni las noticias, no supe en qué momento recorrí la distancia entre ese motel
y la casa. Yo no tenía cabeza para pensar en lo que estaba haciendo, me daban
vuelta imágenes impensables. Es que uno como papá no se imagina a los hijos en
ninguna actividad sexual pero, yo camino a la casa me estaba imaginando a la
niña y a Tito en las escenas más estrambóticas. ¡Qué horror! Que vergüenza.
Pero…
¿Y cuál es el derecho que me asiste a mí para reclamarle a una mayor de edad,
actuaciones que no están afectando a nadie? ¡Ay, mi niña! ¿Cuándo creciste
tanto? Cuídate, ¿sí? Dios te salve María, llena eres de gracia…
Ahí
estaba yo, manejando. Imaginándome escenas impúdicas y rezando. ¿Rezando para
qué? Para que le fuera bien a mi niña. Pero ¿bien en qué? ¡Virgen santísima! Yo
tengo que sentarme a hablar largo y tendido con ese desgraciado del noviecito
de la niña. ¿Y qué le voy a decir? ¿Qué por qué se está comiendo la hija mía?
Hombre, uno si es que es muy huevón. ¿No?
Seguro
que donde el del cuento fuera Andrés, yo estaría feliz, hasta me quedaría en la
puerta del motel para tirarle voladores cuando saliera. Y a la noviecita, a ésa,
bueno, a ella si le diría que se cuidara y, por supuesto, que me siguiera cuidando
así de bien al muchacho.
Vea
que paradoja, al uno estoy que lo mato y a la otra la querría más.
Definitivamente este mundo si está lleno de tránsfugas, machistas, solapados.
Entre ellos ¡yo!
Bueno.
Ya llegué a mi casa. Ahora a ver cómo le cuento a la Mona algo que no le va a
gustar.
-¡Mija
por Dios! ¿Usted no estaba en la universidad?
-Si
papi, pero el profesor no pudo ir porque se le complicó un paciente y nos
pasaron la clase para el sábado.
-Papi.
Pero si no es por Tito, me toca quedarme en la universidad. No ve que Andrés
llegó como a las 10 a la universidad y todo apurado me pidió las llaves del
carro. Tenía tanto afán que casi no me deja sacar las llaves del bolso. Me dijo
que le prestara el carro que antes del almuerzo volvía por mí. Y si no es por
Tito allá estaría.
-Ay
mija por Dios, ese Andrés sí es mucho bandido, deje que cuando llegue a la casa
yo hablo con él. Mija pero verla a usted aquí hoy a la hora del almuerzo me
quitó el dolor de cabeza que traía, y hasta me devolvió el apetito que se me
había embolatado.
Almorzamos
lo más de bueno. La Mona, la niña, Tito, -tan buena gente ese muchacho-. Como
dice la Mona: “se le ve la clase por encima”, Y yo, que hacía mucho tiempo no
disfrutaba tanto un almuerzo en familia. Lastima Andrés. Yo sabía que él estaba
ocupado. De no estarlo hubiera almorzado con nosotros.-Dije en voz alta.
Me
fui feliz para la empresa. Hasta me agradó ver al Chancho y le pregunté por los
goles del equipo.
Como
los dos lados de las monedas, la vida tiene unos momentos de tristeza y
desasosiego y unos momentos de alegría infinita. Y hoy yo estaba contento.
Tanto que por la noche cuando me encontré con Andrés le pregunté: -Oiga mijo,
¿usted por qué le quitó el carro a la niña?
-Papi
es que lo necesitaba –me respondió el zumbambico este.
-¿Y
para qué lo necesitaba? –le pregunté yo-. Y el muy bandido me fue respondiendo:
-Papi,
para irme con unos amigos a jugar billar.
Galdjú Belrod.14/01/10
No hay comentarios:
Publicar un comentario