POR ENTRE LA
NEBLINA
A Felipe, porque fue
el primero en disfrutar el cuento.
Estábamos sentados en
la cafetería de la universidad hablando banalidades cuando Guiller me dijo:
-Alejo, ¿vamos para el
pueblo este fin de semana?
Cómo sería la pereza
que vio el hombre en mi cara, que de inmediato me replicó:
-Alejo, ¡me tienes
que acompañar! Claudia al fin consiguió que la dejaran ir a la finca pero, fue
porque dijo que iba con una amiga. Claro que Adelaida no tiene ni idea del
viaje. De todas maneras eso se arregla fácil. Así que el viernes te recojo y
nos vamos.
No tuve ocasión ni
ánimos de negarle el favor al compañero. Yo más que nadie sabía cuánto llevaban
ese par tratando de realizar el viaje.
El viernes, a eso de
las seis de la tarde, pitó Guiller. Yo salí de mi casa sin mucho ánimo, tratando
de que mi amigo y su novia disfrutaran lo suyo.
El camino por la
autopista norte no tuvo problema, incluso fue rápido. Pero al desviarnos hacia a
la carretera nueva, sucedió el primer percance: un recorrido que dura quince
minutos, se demoró una hora.
Cuando logramos
llegar al semáforo donde comienza la nueva ruta que lleva al mar nos topamos con
un agente de tránsito.
Guiller
inmediatamente le preguntó qué pasaba, y éste le respondió que el túnel había
estado cerrado hasta cinco minutos antes por derrumbes. Pero ya lo habían
vuelto a abrir.
-Seguimos de paseo. –Dijo
mi amigo-.Y enfrentó la loma.
Dentro del carro el
anfitrión hablaba y los demás lo escuchábamos. Tal vez así ninguno se veía
obligado a romper el hielo y encarar una conversación con gente de la que no
sabía nada. Porque si bien yo había visto alguna vez a Claudia, Adelaida si me
era totalmente desconocida.
Y como dicen en mi
tierra: “al que no quiere caldo se le dan dos tazas”. Nos demoramos casi una
hora en alcanzar la boca del túnel. Y pensar que el recorrido normalmente se
hace en veinte minutos.
Pobre Guiller. ¡Con
esas ganas que tenía de llegar a la finca!
En los primeros
kilómetros el descenso era pausado, pero avanzaba, hasta que en un minuto
sucedieron tres acontecimientos: se desató un aguacero impresionante; la
caravana se detuvo, y la montaña empezó, -casi a dos kilómetros de donde
nosotros estábamos- a deslizarse, como si fuera caramelo caliente.
Ante ese escenario,
Guiller intentó regresar pero no pudo. Pronto, por rumores de la gente que iba
y venía a pesar de la lluvia, supimos que el túnel estaba otra vez cerrado.
Dada la realidad, iniciamos
una conversación grupal. Fue en ese momento cuando Adelaida dirigiéndose a mí
preguntó:
-Y tú, ¿tienes algún
pasatiempo en especial?
-Me gusta la
numismática –Respondí.
-¿Y qué tal es eso de coleccionar monedas?
-Es bueno –contesté-.
Sólo que las colecciones no se le pueden mostrar a todo el mundo porque algunas
personas se antojan de las monedas, y les da por empezarlas a coleccionar,
descompletando la colección de uno.
-Alejo ¿A ti te han
robado alguna moneda? –Indagó Adelaida-, interesándose en el tema.
-Sí, varias. Pero hay
una en especial que extraño mucho.
-¿Cuál? –Preguntaron
los tres a la vez.
-Una de un Lazareto
-dije-.Y me quedé meditando sobre la respuesta.
Fue entonces, cuando rompí
el silencio reinante y comencé a hablar:
-Me acabo de acordar
de una historia que me refirió un médico que estaba a punto de pensionarse. Eso
fue cuando yo apenas hacía mi segundo turno de estudiante.
El doctor me contó
que él había trabajado en un Lazareto reemplazando a un facultativo que una
noche salió del hospital, y nunca lo volvieron a ver.
Eran como las tres de
la mañana cuando nos sentamos. Ya no había ningún paciente en urgencias, y el galeno
empezó su narración:
“Lo que me contaron
del médico que trabajaba allá fue que una noche, cuando estaba escribiendo los últimos datos
de una historia clínica, vio que del corredor del frente, exactamente de una de
las piezas del primer piso, salía un grupo de pacientes y se les acercaba.
Al percatarse de este
hecho tan inusual le dijo a la enfermera:
-Elena, ¿por qué
están fuera de sus habitaciones a esta hora –eran como las ocho de la noche- estos
pacientes?
Su asistente volteó a
mirar por la ventana y respondió:
-Tan extraño doctor
Mesa. A esta hora todos los pacientes deben estar acostados.
Ambos siguieron
realizando sus actividades, y como por instinto volvieron a mirar, y vieron que
los enfermos ya estaban tocando las ventanas del consultorio.
Sus caras
palidecieron cuando sus mentes se percataron de que esos que los miraban,
habían fallecido unos años antes.
En ese instante el doctor
Mesa miró a Elena y notó que ella iba a gritar. Él le hizo un ademán con la
mano para que no lo hiciera. Luego le señaló la puerta que daba al corredor,
indicándole que salieran.
Ya estaban a punto de
abrir la puerta, cuando sintieron unos manotazos en ésta. Voltearon a mirar la
ventana, y vieron que los rezagados del grupo estaban dando la vuelta. Se
dirigían hacia ese mismo lugar.
Del susto el médico tiró
de la mano a la enfermera y ambos cruzaron la puerta que daba al pasillo
interno de los consultorios, y salieron corriendo.
Cuándo el doctor Mesa,
en medio de la carrera miró hacia atrás, observó que ellos mantenían una
distancia que a veces se alargaba pero, jamás era suficiente para sentir que se
habían logrado escabullir.
Al llegar al corredor
principal tomaron la vía que daba al jardín de las rosas. Éste era un espacio
amplio, colorido y aromatizado, que adornaba el camino que comunicaba al
hospital con el exterior.
Mientras corrían angustiados,
el facultativo pudo ver que la reja de la entrada estaba cerrada. De inmediato
pensó que él podría escalarla, pero no sabía qué pasaría con Elena.
En medio del dilema,
el jardinero les abrió la puerta.
Al cruzarla el médico
le agradeció, y mientras lo hacía recordó que Pachito había fallecido. Quiso
frenar, pero su acompañante lo haló. Al comenzar a correr de nuevo, exaltado preguntó:
-Pachito, ¿Por qué
nos abriste la puerta?
-Doctor, ¡porque
usted me permitió morir tranquilo, sin que me cortaran mi otra pierna!”.
–Contestó el jardinero.
Al terminar la frase,
hubo un silencio sepulcral dentro del carro. Ante la cara de terror que tenía
Adelaida, todos miraron el lugar que ella observaba, y vieron que por entre la
neblina venían corriendo un hombre de bata blanca y una mujer, a quien éste jalaba
de una mano.
Caragabí
23/06/11
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