VOS
SOS BERNAL, VOS TAMBIÉN SOS DE LA CEJA
Medellín, 27 de enero de
2010.
Hola Natalie.
¡Felicitaciones por tu grado de bachiller!, creo que empecé bien y por donde
era. Por lo menos te saludé y te felicité.
Ahora bien, ¿quién soy yo? Soy
Guillermo Alejandro Bernal, nací en Medellín, Antioquia, Colombia, el 27 de
noviembre. ¡Ahhh! De 1966, tres años después de tu taita.
Como vos, también soy
Bernal, como vos llevo sangre paisa, como vos tengo ancestro montañero y
orgullo musical.
¿Por qué te estoy escribiendo?
Porque vi las fotos de tu
grado, me las mandó Juan Manuel. Por las palabras que precedían las fotos puedo
decir que estaba orgullosísimo enviándolas.
Después de ver las fotos fui
al piano y dentro de lo que toqué sonó Amanecer. ¿Si superas? Si superas que es
un himno para los Bernal de La Ceja, y vos sos Bernal, de La Ceja, Aunque
también sos de tantas partes del mundo que estudiar tus genes sería fantástico.
Tengo una idea, metete -ojo
con los acentos y con los modismos que estoy usando al escribir, no te estoy
escribiendo en español clásico, te estoy escribiendo como hablo normalmente, es
decir en paisa y, te digo algo que algún día se que notaras, los paisas no
hablamos tan colombiano como los demás colombianos, hablamos…, paisa-.
Iba en metete. No métete,
sino metete, que es lo mismo pero, en paisa, al internet, buscá a tu vecina
Colombia, en ella buscá a Antioquia y en Antioquia buscá a La Ceja y, en La
Ceja buscá a Samuel y a Manuel J. Los dos son de La Ceja, a uno de ellos creo
que lo conociste, a Manuel J. Mi tío.
¿Cuál es el cuento con La
Ceja?
La Ceja es nuestra, tuya,
mía, cuna paterna. Allá Nació Samuel tu bisabuelo, allá nació Manuel J. tu
abuelo, allá nació Alejandro, mi papá. Allá Juan Manuel persiguió gallinas,
allá él (Juan Manuel) yo vivimos la vida de los campesinos y allá vimos como un
don hace que la gente cambie su
fortuna.
¿Qué sabías de La Ceja antes
de esta carta de un desconocido?
Con un intervalo de confianza
del 99.5% me atrevo a decir que no conocías nada.
Bueno, si me equivoco no
importa, si sí habías oído hablar de La Ceja maravilloso, si no habías odio
hablar de ella también lo es. Si no sabías quienes eran Samuel y María también
será maravilloso, ahí te va mi versión de la historia, te la cuento, es decir
te la escribo, como un regalo de grado. Deseo que lo disfrutés.
Te aclaro algo en cuanto a
nuestro acento. ¿Has oído hablar a los españoles? Pues bien. Nosotros hablamos parecido
a ellos, como silbando: cerrá la boca un poco y hablá, al terminar de hablar,
soplá hacia afuera, así hablamos nosotros, como silbando.
Para acabar de ajustar el
cuento sobre la forma de hablar no decimos tú, sino vos, por ejemplo: no
decimos ¿tú quieres?, sino ¿vos querés? Como en la novela Café.
Ahora bien. ¿Le has visto
los ojos rasgados a tu papá? Con toda seguridad te puedo decir que no son
ucranianos porque yo también los tengo así, -aunque doña Sonia tenía ojos
pequeños-, los ojos que casi no se abren los heredamos de mi abuelita María.
Por eso cuando estamos casi dormidos no se nos ven los ojos, y abiertos nos
dicen que son muy pequeños pero, expresivos.
Ahora bien, te invito a
venir a Medellín, y obviamente si venis, te llevo a La Ceja.
La Ceja es un pueblo de
tierra fría, no tanto como Bogotá pero si es fría. Es un jardín, allá se
cultivan las flores que se le venden al mundo entero. Y el que no tiene flores
tiene vacas lecheras.
¿Entonces?
Entonces los que nos criamos
allá somos cacheticolorados, es decir de mejillas rojas por la carga de
hemoglobina, vemos tantas vacas que son más mascotas que los perros. Y vemos
tantas flores que la belleza para nosotros va ligada a los colores y las
figuras que ellas recrean.
En esa tierra tan próspera
nació un día de 1900 un hombre al que bautizaron Samuel, como al judío errante.
Samuel era campesino, de pata
limpia –sin zapatos-, ruana y sombrero. Trabajaba como jornalero en las fincas de
otros y para más señas su futuro no se veía por ninguna parte, él era pobre,
venía de familia pobre y así, pobre, parecía que iba a morir pero, tocaba lira,
y la tocaba muy bien.
Tocando lira conoció a
María, tocando lira se casó y tocando lira vio llegar a su primogénito: Manuel
José.
Con las manos callosas, con
primero de preparatoria, es decir medio sabiendo leer y garabateando en vez de
escribir, llegó del campo al pueblo.
En medio de ese panorama
llegó un órgano tubular a la iglesia del pueblo. En la Antioquia de los
primeros años del siglo XX casi todo el mundo era católico y la vida era
teocrática, y llegó un órgano tubular al pueblo, y no había organista.
¿Qué hizo el cura ante esa
emergencia? Buscar al mejor músico que tuvieran. ¿Y quién era el mejor músico?
Pues era Samuel, el jornalero, el que tocaba la lira y cantaba y silbaba muy
bonito.
-¡Venga Samuel, dijo el
cura! -Y el pobre campesino se vio un día sentado ante un armonio, (los podes
buscar en internet) dándole al fuelle y a
las teclas. ¿Has tocado piano u órgano? Bueno esos son parecidos al armonio.
¿Te has mirado tus manos?
Son las de una joven que nunca ha trabajado la tierra.
¿Has visto las manos de los
jornaleros? Tienen callosidades. Los dedos no se abren fácilmente porque
mantienen la postura de agarre. Esos dedos son torpes para digitar. Y esos eran
los dedos de ese campesino enfrentado a un armonio y a un futuro distinto.
Samuel tenía que trabajar.
¿Y en que trabajaba? En la tierra. Sembraba papa, maíz, frijol, en tierras
ajenas. Sólo por un jornal.
Samuel llegaba a su “casa” –casa
de pobre, muy pobre-, a las cinco de la tarde, después de estar desde las seis
de la mañana dándole con un azadón a la tierra, metía sus manos callosas en una
palangana de agua caliente por media hora y empezaba a estirar sus dedos semicerrados.
Después empezaba ejercicios
de digitación. Eso es como ver el diablo con todos sus colores y saber que lo
tenés que seguir viendo.
Un día Samuel no volvió a
las parcelas a jornaliar, Ya a sus treinta años tenía otro futuro, era el
corista del pueblo, cantaba y tocaba en el órgano tubular de la iglesia las
misas en latín.
Ojo: sus estudios eran
rudimentarios en español y de un día para otro no sólo tenía que leer italiano,
el idioma de la música, sino también latín, el idioma de la iglesia católica en
esos momentos.
En resumen tenemos a un
campesino que tenía un don. Tenía lo
que se llama oído, así dejó de ir a jornaliar y se volvió músico, y dejó de ser
Samuel y el pueblo lo volvió Don Samuel, un titulo que en esa Colombia de esa
época valía y valía mucho.
Ese campesino casi iletrado
llegó a leer y escribir bien, muy bien, con una hermosa caligrafía en español,
latín e italiano.
Ese campesino fue el
secretario del despacho parroquial de La Ceja hasta que se jubiló, y fue el
corista del pueblo hasta que las piernas le dieron aliento.
Ese campesino fue el más
celebré director de banda municipal de música que tuvo la región en su época,
tanto que un día en que fue a visitar a su hijo Manuel J. –a Abejorral, otro
municipio antioqueño- quien a sus 17 años era el corista de ese pueblo, las
bandas municipales que se encontraban reunidas en un concurso, en su honor se pararon
en las cuatro esquinas de la plaza y en la mitad del parque e interpretaron
para su músico admirado –Don Samuel-, Amanecer.
Samuel murió viejo, a los 82
años, lo mató la diabetes. Antes de morir tuvo el honor de ser condecorado por
el Papa Pablo VI por sus servicios a la iglesia. Fue condecorado también por la
gobernación de Antioquia como Antioqueño ejemplar.
Se enteró por las noticias
de que su hijo el Maestro Manuel J. Bernal era embajador cultural de Colombia y
como tal estaba dando conciertos de órgano en la Casa Blanca.
El abuelito Samuel, nuestro
abuelito, tu bisabuelo paterno, fue un hombre que de Dios recibió un talento,
el musical, contó con suerte y la supo aprovechar. Fue tan modesto en su vida
que cuando nosotros llegábamos de Medellín
a saludarlo, lo encontrábamos con su sombrero de campesino, y su azadón
cuidando sus hortalizas caseras. Nunca persiguió la gloria, aunque la gloria lo
alcanzó.
Murió humilde, como siempre
vivió. Vivió orgulloso. Y no era para menos, fue el papá del máximo organista
que tuvo Colombia durante el tiempo en que Manuel J. vivió. Tuvo cuatro hijos
muy músicos, los vio triunfar.
Bueno Natalie, ya sabés, tu
Bernal es cejeño, tu Bernal es reconocido en Antioquia, y sé que tu Bernal un
día te reclamará conocer La Ceja. El pueblo donde empezó la historia de tu
apellido. El pueblo de donde Manuel J.,
gracias a que tenía ese don, salió
para triunfar. El pueblo al que nosotros, los Bernal, le debemos el orgullo
familiar.
Con cariño.
Guillermo Alejandro Bernal R.
Carta escrita a Natalie
Bernal (panameña), hija de Juan Manuel Bernal (mi primo).
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