jueves, 3 de mayo de 2012




VOS SOS BERNAL, VOS TAMBIÉN SOS DE LA CEJA



Medellín, 27 de enero de 2010.

                                       

Hola Natalie. ¡Felicitaciones por tu grado de bachiller!, creo que empecé bien y por donde era. Por lo menos te saludé y te felicité.

Ahora bien, ¿quién soy yo? Soy Guillermo Alejandro Bernal, nací en Medellín, Antioquia, Colombia, el 27 de noviembre. ¡Ahhh! De 1966, tres años después de tu taita.

Como vos, también soy Bernal, como vos llevo sangre paisa, como vos tengo ancestro montañero y orgullo musical.

¿Por qué te estoy escribiendo?

Porque vi las fotos de tu grado, me las mandó Juan Manuel. Por las palabras que precedían las fotos puedo decir que estaba orgullosísimo enviándolas.

Después de ver las fotos fui al piano y dentro de lo que toqué sonó Amanecer. ¿Si superas? Si superas que es un himno para los Bernal de La Ceja, y vos sos Bernal, de La Ceja, Aunque también sos de tantas partes del mundo que estudiar tus genes sería fantástico.

Tengo una idea, metete -ojo con los acentos y con los modismos que estoy usando al escribir, no te estoy escribiendo en español clásico, te estoy escribiendo como hablo normalmente, es decir en paisa y, te digo algo que algún día se que notaras, los paisas no hablamos tan colombiano como los demás colombianos, hablamos…, paisa-.

Iba en metete. No métete, sino metete, que es lo mismo pero, en paisa, al internet, buscá a tu vecina Colombia, en ella buscá a Antioquia y en Antioquia buscá a La Ceja y, en La Ceja buscá a Samuel y a Manuel J. Los dos son de La Ceja, a uno de ellos creo que lo conociste, a Manuel J. Mi tío.

¿Cuál es el cuento con La Ceja?

La Ceja es nuestra, tuya, mía, cuna paterna. Allá Nació Samuel tu bisabuelo, allá nació Manuel J. tu abuelo, allá nació Alejandro, mi papá. Allá Juan Manuel persiguió gallinas, allá él (Juan Manuel) yo vivimos la vida de los campesinos y allá vimos como un don hace que la gente cambie su fortuna.

¿Qué sabías de La Ceja antes de esta carta de un desconocido?

Con un intervalo de confianza del 99.5% me atrevo a decir que no conocías nada.

Bueno, si me equivoco no importa, si sí habías oído hablar de La Ceja maravilloso, si no habías odio hablar de ella también lo es. Si no sabías quienes eran Samuel y María también será maravilloso, ahí te va mi versión de la historia, te la cuento, es decir te la escribo, como un regalo de grado. Deseo que lo disfrutés.

Te aclaro algo en cuanto a nuestro acento. ¿Has oído hablar a los españoles? Pues bien. Nosotros hablamos parecido a ellos, como silbando: cerrá la boca un poco y hablá, al terminar de hablar, soplá hacia afuera, así hablamos nosotros, como silbando.

Para acabar de ajustar el cuento sobre la forma de hablar no decimos tú, sino vos, por ejemplo: no decimos ¿tú quieres?, sino ¿vos querés? Como en la novela Café.

Ahora bien. ¿Le has visto los ojos rasgados a tu papá? Con toda seguridad te puedo decir que no son ucranianos porque yo también los tengo así, -aunque doña Sonia tenía ojos pequeños-, los ojos que casi no se abren los heredamos de mi abuelita María. Por eso cuando estamos casi dormidos no se nos ven los ojos, y abiertos nos dicen que son muy pequeños pero, expresivos.

Ahora bien, te invito a venir a Medellín, y obviamente si venis, te llevo a La Ceja.   

La Ceja es un pueblo de tierra fría, no tanto como Bogotá pero si es fría. Es un jardín, allá se cultivan las flores que se le venden al mundo entero. Y el que no tiene flores tiene vacas lecheras.

¿Entonces?

Entonces los que nos criamos allá somos cacheticolorados, es decir de mejillas rojas por la carga de hemoglobina, vemos tantas vacas que son más mascotas que los perros. Y vemos tantas flores que la belleza para nosotros va ligada a los colores y las figuras que ellas recrean.

En esa tierra tan próspera nació un día de 1900 un hombre al que bautizaron Samuel, como al judío errante.

Samuel era campesino, de pata limpia –sin zapatos-, ruana y sombrero. Trabajaba como jornalero en las fincas de otros y para más señas su futuro no se veía por ninguna parte, él era pobre, venía de familia pobre y así, pobre, parecía que iba a morir pero, tocaba lira, y la tocaba muy bien.

Tocando lira conoció a María, tocando lira se casó y tocando lira vio llegar a su primogénito: Manuel José.

Con las manos callosas, con primero de preparatoria, es decir medio sabiendo leer y garabateando en vez de escribir, llegó del campo al pueblo.

En medio de ese panorama llegó un órgano tubular a la iglesia del pueblo. En la Antioquia de los primeros años del siglo XX casi todo el mundo era católico y la vida era teocrática, y llegó un órgano tubular al pueblo, y no había organista.

¿Qué hizo el cura ante esa emergencia? Buscar al mejor músico que tuvieran. ¿Y quién era el mejor músico? Pues era Samuel, el jornalero, el que tocaba la lira y cantaba y silbaba muy bonito.

-¡Venga Samuel, dijo el cura! -Y el pobre campesino se vio un día sentado ante un armonio, (los podes buscar en internet) dándole al fuelle  y a las teclas. ¿Has tocado piano u órgano? Bueno esos son parecidos al armonio.

¿Te has mirado tus manos? Son las de una joven que nunca ha trabajado la tierra.

¿Has visto las manos de los jornaleros? Tienen callosidades. Los dedos no se abren fácilmente porque mantienen la postura de agarre. Esos dedos son torpes para digitar. Y esos eran los dedos de ese campesino enfrentado a un armonio y a un futuro distinto.

Samuel tenía que trabajar. ¿Y en que trabajaba? En la tierra. Sembraba papa, maíz, frijol, en tierras ajenas. Sólo por un jornal.

Samuel llegaba a su “casa” –casa de pobre, muy pobre-, a las cinco de la tarde, después de estar desde las seis de la mañana dándole con un azadón a la tierra, metía sus manos callosas en una palangana de agua caliente por media hora y empezaba a estirar sus dedos semicerrados.

Después empezaba ejercicios de digitación. Eso es como ver el diablo con todos sus colores y saber que lo tenés que seguir viendo.

Un día Samuel no volvió a las parcelas a jornaliar, Ya a sus treinta años tenía otro futuro, era el corista del pueblo, cantaba y tocaba en el órgano tubular de la iglesia las misas en latín.

Ojo: sus estudios eran rudimentarios en español y de un día para otro no sólo tenía que leer italiano, el idioma de la música, sino también latín, el idioma de la iglesia católica en esos momentos.

En resumen tenemos a un campesino que tenía un don. Tenía lo que se llama oído, así dejó de ir a jornaliar y se volvió músico, y dejó de ser Samuel y el pueblo lo volvió Don Samuel, un titulo que en esa Colombia de esa época valía y valía mucho.

Ese campesino casi iletrado llegó a leer y escribir bien, muy bien, con una hermosa caligrafía en español, latín e italiano.

Ese campesino fue el secretario del despacho parroquial de La Ceja hasta que se jubiló, y fue el corista del pueblo hasta que las piernas le dieron aliento.

Ese campesino fue el más celebré director de banda municipal de música que tuvo la región en su época, tanto que un día en que fue a visitar a su hijo Manuel J. –a Abejorral, otro municipio antioqueño- quien a sus 17 años era el corista de ese pueblo, las bandas municipales que se encontraban reunidas en un concurso, en su honor se pararon en las cuatro esquinas de la plaza y en la mitad del parque e interpretaron para su músico admirado –Don Samuel-, Amanecer.

Samuel murió viejo, a los 82 años, lo mató la diabetes. Antes de morir tuvo el honor de ser condecorado por el Papa Pablo VI por sus servicios a la iglesia. Fue condecorado también por la gobernación de Antioquia como Antioqueño ejemplar.

Se enteró por las noticias de que su hijo el Maestro Manuel J. Bernal era embajador cultural de Colombia y como tal estaba dando conciertos de órgano en la Casa Blanca.

El abuelito Samuel, nuestro abuelito, tu bisabuelo paterno, fue un hombre que de Dios recibió un talento, el musical, contó con suerte y la supo aprovechar. Fue tan modesto en su vida que cuando nosotros llegábamos de Medellín  a saludarlo, lo encontrábamos con su sombrero de campesino, y su azadón cuidando sus hortalizas caseras. Nunca persiguió la gloria, aunque la gloria lo alcanzó.

Murió humilde, como siempre vivió. Vivió orgulloso. Y no era para menos, fue el papá del máximo organista que tuvo Colombia durante el tiempo en que Manuel J. vivió. Tuvo cuatro hijos muy músicos, los vio triunfar.

Bueno Natalie, ya sabés, tu Bernal es cejeño, tu Bernal es reconocido en Antioquia, y sé que tu Bernal un día te reclamará conocer La Ceja. El pueblo donde empezó la historia de tu apellido.  El pueblo de donde Manuel J., gracias a que tenía ese don, salió para triunfar. El pueblo al que nosotros, los Bernal, le debemos el orgullo familiar.          

Con cariño.

Guillermo Alejandro Bernal R.



Carta escrita a Natalie Bernal (panameña), hija de Juan Manuel Bernal (mi primo).

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