TESTIMONIO
No recuerdo cuando llegamos
allí. Al fin y al cabo nadie, nunca, notó nuestra presencia, ¿pues cómo?, si no
hacíamos bulla, nos manteníamos alejados de la multitud y generalmente
trabajábamos en equipo, éramos rápidos y muy efectivos.
Después, cuando entró la
minería ilegal a la zona, la comida empezó a escasear. Nos tocó emigrar. Parecía
como si la madre tierra le estuviera arrojando una maldición a quienes la
destrozaban sin misericordia, en búsqueda del oro que cada vez envilecía y degradaba
más a las personas.
Todavía guardo en la memoria
la imagen que tenía mi selva desde el aíre. Era verde, con tonos claros y
oscuros distribuidos al azar, dando una sensación de armonía y paz infinita. Pero…
llegaron los destructores. Se establecieron cerca del rio, usaban motobombas. Recuerdo
que mezclaban el oro con unas sustancias, y todos los sobrantes los arrojaban
al agua.
No se me olvida. ¡Es que a
ninguno de nosotros se nos pudo olvidar jamás!, el día en que una
retroexcavadora tumbó los árboles de la planicie donde nos habíamos ido a vivir.
Ese día volamos aterrados, huimos donde no nos pudieran alcanzar. Ese día no
comimos. ¡Estábamos tristes! La selva se moría, y nosotros nos quedábamos sin hogar.
¡Otra vez nos teníamos que ir!
Tiempo después, cuando cesó
el ruido, cuando pudimos regresar, ya no había selva, había un peladero
amarillo lleno de huecos profundos, algunos saturados de un agua verde
burbujeante, fétida, y rodeando ese desastre había pedazos de madera quemada,
animales muertos, malos olores. Nosotros tratábamos de hacer un trabajo
eficiente en ese lugar donde ahora reinaban el silencio, la podredumbre y la
tristeza.
En medio de la faena queríamos
refrescarnos. Íbamos al rio a beber, regresábamos. El agua sabía mal, nosotros no
sabíamos que tenía gasolina, cianuro y mercurio. Teníamos mucha sed, sólo
queríamos saciarla.
Primero fueron muriendo
algunos amigos, incluso murió un primo mío. Al otro día murieron mi esposa y
tres de mis hijos. A los tres días sólo quedábamos un hermano de líder y otros
dos. Hoy mientras agonizo, dejo testimonio de cómo seres irracionales exterminaron
este paraíso. Hoy, en silencio, desaparezco yo: ¡el último gallinazo de ésta,
que alguna vez fue una selva!
Bijao
Primer puesto en el concurso
de cuentos “Cuéntamelo todo” Colegio Canadiense 2011.
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