jueves, 3 de mayo de 2012


TESTIMONIO



No recuerdo cuando llegamos allí. Al fin y al cabo nadie, nunca, notó nuestra presencia, ¿pues cómo?, si no hacíamos bulla, nos manteníamos alejados de la multitud y generalmente trabajábamos en equipo, éramos rápidos y muy efectivos.

Después, cuando entró la minería ilegal a la zona, la comida empezó a escasear. Nos tocó emigrar. Parecía como si la madre tierra le estuviera arrojando una maldición a quienes la destrozaban sin misericordia, en búsqueda del oro que cada vez envilecía y degradaba más a las personas.

Todavía guardo en la memoria la imagen que tenía mi selva desde el aíre. Era verde, con tonos claros y oscuros distribuidos al azar, dando una sensación de armonía y paz infinita. Pero… llegaron los destructores. Se establecieron cerca del rio, usaban motobombas. Recuerdo que mezclaban el oro con unas sustancias, y todos los sobrantes los arrojaban al agua.

No se me olvida. ¡Es que a ninguno de nosotros se nos pudo olvidar jamás!, el día en que una retroexcavadora tumbó los árboles de la planicie donde nos habíamos ido a vivir. Ese día volamos aterrados, huimos donde no nos pudieran alcanzar. Ese día no comimos. ¡Estábamos tristes! La selva se moría, y nosotros nos quedábamos sin hogar. ¡Otra vez nos teníamos que ir!

Tiempo después, cuando cesó el ruido, cuando pudimos regresar, ya no había selva, había un peladero amarillo lleno de huecos profundos, algunos saturados de un agua verde burbujeante, fétida, y rodeando ese desastre había pedazos de madera quemada, animales muertos, malos olores. Nosotros tratábamos de hacer un trabajo eficiente en ese lugar donde ahora reinaban el silencio, la podredumbre y la tristeza.

En medio de la faena queríamos refrescarnos. Íbamos al rio a beber, regresábamos. El agua sabía mal, nosotros no sabíamos que tenía gasolina, cianuro y mercurio. Teníamos mucha sed, sólo queríamos saciarla.

Primero fueron muriendo algunos amigos, incluso murió un primo mío. Al otro día murieron mi esposa y tres de mis hijos. A los tres días sólo quedábamos un hermano de líder y otros dos. Hoy mientras agonizo, dejo testimonio de cómo seres irracionales exterminaron este paraíso. Hoy, en silencio, desaparezco yo: ¡el último gallinazo de ésta, que alguna vez fue una selva!       

Bijao    

Primer puesto en el concurso de cuentos “Cuéntamelo todo” Colegio Canadiense 2011.

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